
VERDAD – LECTURA
Evangelio Lc 11,1-13
De una manera, en cierto modo abrupta, Lucas nos introduce en un largo texto en el que se nos invita a los discípulos de Jesús a la oración. Aparentemente, nada tiene que ver con lo tratado en los textos precedentes. Sin embargo, ¿cómo nos vamos a ocupar de hacer el bien a nuestro prójimo como cristianos si no nos relacionamos con Dios? ¿Cómo vamos a estar atentos a las necesidades de los demás sin estar unidos a Jesús? La oración siempre es necesaria. No podemos olvidarnos de ella; y Jesús nos da ejemplo (Lc 11,1).
El texto con el que vamos a orar en este domingo podemos dividirlo del siguiente modo:
- 1-4: Jesús nos enseña cómo debemos orar: el Padre nuestro.
- 5-8: La parábola del amigo inoportuno.
- 9-13: La eficacia de la oración.
La oración del Padre nuestro nos revela la relación que Jesús mantenía con el Padre. Una relación de cercanía, sencillez y confianza. La misma actitud, que deberíamos mantener nosotros con Él.
Me vais a permitir, que no me detenga tanto en la oración del Padre nuestro, de la cual podemos encontrar abundantes comentarios, cuanto en la segunda y tercera parte del texto con el que la liturgia nos invita a orar hoy.

La parábola del amigo inoportuno, nos sugiere precisamente que seamos insistentes, incansables, atrevidos en nuestra oración.
Llega a la casa de nuestro protagonista un viajero. La idea de la hospitalidad presente en el mundo oriental, de alguna manera, obligaba a acoger al viajero y ofrecerle alimento, después de una segura dura jornada de camino. Sin embargo, aquel no tiene con qué obsequiar a su huésped; por no tener, no tiene siquiera pan.
No queda otra que ir y pedir a algún vecino ayuda. Que al menos le preste tres panes para poder saciar un poco el hambre que el viajero pudiera traer. Pero, ojo, es de noche. Me imaginó que aquel hombre sopesaría la cuestión: No tengo qué ofrecer al viajero, es de noche y tengo que salir a pedirle a alguien que me ayude. No pensemos en tiendas ni cosa parecida. No existían en la época. El pan se amasaba en casa y, además, una vez a la semana. Por lo que podría ser, que si nos encontrábamos al final de la semana y el dueño de la casa no lo había previsto, se hubiese quedado sin pan. ¿Qué hago?, se preguntaría aquel hombre. No queda otra que ir a pedir a algún vecino que me preste algo de pan para poder ofrecer al menos eso al viajero. La “obligación” de la hospitalidad está por encima de la vergüenza, de lo embarazoso de la situación, de lo mal que pueda caerle al vecino o del que dirán. Hay que armarse de valor e ir a llamar a su puerta, a pesar de todo.
Imaginémonos esa situación. Es lógico, muy probablemente, si el vecino se levanta despertará a su familia, molestará a su mujer y/o a sus hijos, tendrá que buscar el pan… No deja de ser una situación, por lo menos embarazosa. Es normal que el vecino se niegue.
Sin embargo, Jesús nos pone de relieve, que este hombre no se rinde ante la dificultad y aunque el vecino se niegue insiste en su petición.
Al final, el vecino no le dará el pan por generosidad o por ayudar al vecino. Lo hará para evitar el escándalo. Si este hombre sigue llamando a mi puerta, se va a enterar el vecindario entero, imagino que pensaría. A la mañana siguiente podría estar en boca de todos no solo el amigo, por inoportuno, si no el mismo, por no atender a su petición de ayuda.
Gracias a la insistencia, al atrevimiento, a la audacia (el término griego utilizado por Lc, anaideian, puede incluso significar desvergüenza), de nuestro protagonista el amigo acaba socorriéndolo y, por tanto, él también podrá socorrer a su huésped.

Intentando actualizar un poco la parábola, me pregunto: ¿qué pasaría si nosotros actuáramos así en nuestra oración, ante una verdadera necesidad? Sobre todo, cuando estamos pidiendo no para nosotros, si no para otros. Tengamos en cuenta que nuestro Padre Dios es mucho más generoso que el vecino y sabe anticiparse a nuestras necesidades.
Por tanto, no nos importe ser inoportunos, atrevido, audaces, insistentes… en nuestra relación con Dios. No tengamos pudor alguno en pedir lo que necesitamos a Dios nuestro Padre.
E, incluso, no nos de ninguna vergüenza pedir ayuda a nuestro prójimo, cuando lo necesitemos. Tengamos la suficiente humildad, para ser consciente de nuestras debilidades y pidamos ayuda a la persona que pensamos que puede socorrernos.
A reglón seguido, Jesús nos invita a pedir. Pero no solo a eso, también a que nosotros nos pongamos manos a la obra: buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá (11,9). No os quedéis pasivamente en el sillón de vuestra casa, sin hacer nada: “Ya le he pedido a Dios.” No, salid, buscad, llamad, poneos en camino e intentar hallar una solución, como el protagonista de la parábola. Salid de vuestra zona de confort. No os quedéis despreocupados, indiferentes, inoperantes. Además de pedir a Dios, intentad buscar una solución.
Si nos ponemos en camino, además de orar a Dios y con la confianza puesta en él, encontraremos lo que buscamos. Si llamamos insistentemente a la puerta, ésta se nos abrirá.
Y, luego, mucha confianza en la bondad de Dios como Padre. Si nosotros que somos débiles, que tenemos muchas miserias, que no nos comportamos como es debido, somos capaces de remover cielo y tierra para poder dar cosas buenas a nuestros hijos, cuánto más nuestro Padre.
¡Cómo no va Él a otorgar el Espíritu Santo a quien se lo pida!
Al final, ese es el don que tenemos que pedir insistentemente y que tenemos que buscar sin descanso: el Espíritu Santo, que será quien vaya transformándonos día a día en seguidores más auténticos de Jesús.

CAMINO – MEDITACIÓN
• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?
• La parábola nos invita a ser insistentes, atrevidos, audaces en nuestra oración al Padre, ¿qué piensas al respecto?
• ¿Qué crees que pasaría, si nosotros actuáramos de la misma manera que el protagonista de la parábola ante nuestras necesidades o las necesidades de los demás?
• ¿Cómo resuenan en ti las palabras de Jesús: pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá? ¿Qué repercusiones tienen para tu vida personal y comunitaria?
• Jesús, además nos invita, no sólo a orar, sino también a pasar a la acción, como diría san Agustín: “Ora como si todo dependiera de Dios, trabaja como si todo dependiera de ti”. ¿Qué te parece esta frase? ¿Qué conclusión puedes sacar para tu vida?
• Jesús nos anima a pedir con insistencia el Espíritu Santo. ¿Qué sueles pedir en tu oración diaria? ¿Oras frecuentemente para que Dios Padre te conceda el don del Espíritu Santo?

VIDA – ORACIÓN
Te invito a orar con la secuencia de Pentecostés.
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndido, luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.