“¿Quién bajó a su casa perdonado?” Lectio Divina Domingo XXX del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 18,1-8

Nada más comenzar a leer el evangelio de este domingo para preparar esta Lectio, me asaltaba una pregunta, que podríamos recuperar después para nuestra meditación: ¿Me considero yo tan justo como para ser capaz de despreciar a los demás? Porque, si así es, esta parábola está totalmente dedicada a mí. Aunque sin ser tan drásticos, creo que todos podemos sacar algún tipo de aprendizaje de la misma.

Nos encontramos en la parábola con dos personajes. Pero, ¿quiénes son en realidad? Porque es muy posible que, en nuestro contexto actual, decir que un publicano y un fariseo suben al templo a orar, no nos sorprenda, es muy posible, incluso que no nos diga nada o no nos afecte significativamente. Por ello, creo necesario que describamos un poco a los dos personajes para una comprensión mayor del texto.

Primer personaje: el fariseo.

¿Quiénes eran los fariseos en tiempos de Jesús? Los fariseos eran un grupo o movimiento dentro de la religión judía que, en tiempos de Jesús, se caracterizaba por ser bastante piadosos y escrupulosos observantes de las normas de pureza ritual incluso fuera del templo; con lo cual, de alguna manera, todas las actividades de la vida cotidiana quedaban sacralizadas.

Segundo personaje: el publicano.

El publicano era la persona encargada de recaudar los impuestos para el Imperio Romano. Era considerado, impuro desde el punto de vista religioso, por ejercer una profesión con la cual colaboraban con los romanos, y de alguna manera los reconocían como una autoridad, la cual, en ningún momento, según el pensamiento judío, había sido otorgada por Yahveh. Y desde el punto de vista social, eran considerados traidores y explotadores hacia sus propios conciudadanos, a los que en más de una ocasión explotaba con más impuestos de la cuenta, pues de ese plus es de donde conseguían sus beneficios.

Después de habernos acercado a estos dos personajes, creo que es más fácil entender la parábola. Veamos ahora la manera de orar que tienen cada uno de ellos.

El fariseo ora de pie, erguido, dando gracias a Dios por no ser como las demás personas; que, según él, son ladrones, injustos, adúlteros… Ni tampoco es como el publicano, que está detrás de él, persona impura y traidora. Continúa dando gracias por las cosas que hace en su vida para agradar a Dios: ayunar y pagar el diezmo.

El publicano, sin embargo, se queda al final del templo. No se atreve siquiera a alzar la mirada, se golpea el pecho en señal de dolor, de arrepentimiento, de aflicción, de abatimiento; no logra decir mas que: «¡Oh Dios! Ten misericordia de este pecador.»

En este punto de la parábola, posiblemente la gran mayoría de nosotros, y también de los contemporáneos de Jesús, pensásemos que quien bajó justificado a su casa fue el fariseo. Sin embargo, no fue así, Jesús nos dice que quien bajó a su casa justificado, disculpado, excusado, en definitiva, perdonado fue el publicano.

Y a renglón seguido, Jesús da la razón de ello. El fariseo no baja personado a su casa por comportarse de manera prepotente, despótica, despreciativa con los otros, creyéndose mejor que nadie. Y además pretendiendo que Dios, lo premie, de alguna manera por los sacrificios, esfuerzos y privaciones que hace por Él. Y es que ante Dios nada de eso tiene importancia, nada de eso vale, si no se hace de manera gratuita, generosa, desprendida. El publicano, por su parte, lo único que sabe hacer y pedir es misericordia, compasión, perdón. No se siente digno de la bondad de Dios. Es consciente de sus muchas miserias, debilidades, flaquezas. Cayendo en la cuenta de que todo lo que recibe de Dios es desde la gratuidad de este y desde el amor que le tiene a la humanidad.

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?
  • Recuperemos la pregunta con la que iniciábamos esta Lectio: ¿Te consideras tan justo, hasta el punto de despreciar a los demás?
  • Tomando el pulso a mi vida de oración, primeramente: ¿Dedico tiempo suficiente a la oración? ¿La hago de manera consciente, pausada, sin prisa, sabiendo que me encuentro en la presencia de Dios?
  • ¿Cómo es el estilo de mi oración? ¿Por qué cosas le doy gracias, lo alabo?
  • ¿Se incluye entre mis «modos» de oración el ser consciente de mis debilidades, flaquezas, falta de caridad hacia el otro? ¿Me arrepiento? ¿Pido perdón por ello?
  • ¿Soy consciente de la bondad de Dios y le doy gracias por ello?

VIDA – ORACIÓN

Hoy en este momento de oración te propongo que te hagas consciente de la “calidad” de la misma. Pidas perdón a Dios por las veces que no eres fiel a su mandato de amor y des gracias por todos los “regalos” que te hace cada día.

“No te canses nunca” Lectio Divina Domingo XXIX del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 18,1-8

En el relato evangélico que la liturgia de este domingo nos ofrece, Jesús nos presenta una parábola en la que quiere enseñarnos que es necesario orar siempre, sin desfallecer.

El tema de la oración constante aparece en varias ocasiones en la Nuevo Testamento, sobre todo en las cartas de Pablo (véase por ej.: Ef 6,8). Por lo que podemos decir que, muy posiblemente, era una de las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas.

Para ilustrar este tema, Jesús cuenta a sus discípulos una parábola, en la que nos encontramos con dos personajes: un juez que ni temía a Dios ni le importaban las personas y una viuda, que en ningún momento desiste en defender sus derechos delante de aquel.

Gracias a la insistencia de la viuda y para evitar que lo continuara molestando, el juez accedió a su petición. Jesús aplica esta narración a nuestra vida cotidiana y más concretamente a nuestra vida de oración. La vida de oración que no es otra cosa sino la manera en la que nosotros entramos en relación directa con Dios, la forma en la que nos comunicamos con Dios. Y de ahí la insistencia de orar siempre, de estar en continua comunicación con Dios. Ahora bien, para entender bien esto, es necesario que tengamos en cuenta que la oración no es únicamente la repetición de fórmulas preestablecidas o la realización de una serie de ritos, que también. De la misma manera que no es necesario que estemos presentes físicamente o hablamos directamente para entrar en comunicación con nuestros seres queridos, de la misma manera no es necesario estar constantemente hablando con Dios para entrar en comunicación con Él. Muchas veces, basta un gesto, una mirada, un pensamiento, un recuerdo.

Pues a eso nos invita Jesús en esta parábola. A estar en continua comunicación con Dios, a estar en continua relación con El Padre, a estar continuamente vinculados a Él.

Pero a demás a que no desesperemos o nos desanimemos, cuando creamos que Dios no nos hace caso. No pensemos que Dios no nos escucha, el nos escucha siempre. En el tiempo de Jesús, como en el nuestro, el ser humano había desarrollado una característica, que si cabe hoy día está más agudizada, la impaciencia, la inmediatez, la urgencia. Hoy día todo lo podemos conseguir a un golpe de “click” e inmediatamente. Y la manera de actuar de Dios no se rige por la inmediatez; y no soy yo quien para enmendarle la plana. La manera de actuar de Dios se basa en lo necesario, en lo indispensable, en lo verdaderamente importante; y muchas veces nada de esto tiene que ver con lo inmediato. En más de una ocasión, de todo esto nos damos cuenta a posteriori.

De ahí la invitación de Jesús para no cansarnos de estar en continua comunicación, en continua relación con el Padre. Porque desde ahí encontraremos la respuesta a nuestras inquietudes, aspiraciones, a nuestros sueños. Porque ora no es sólo pedir, orar es confiar, es esperar, es fiarse, es abandonarse, es ilusionarse, es dar gracias. Orar es ir buscando el plan de Dios en mi vida, el proyecto de felicidad que Él tiene preparado para mí, el propósito que yo tengo en la vida acorde y coherente con mi vida de creyente.

No desistas, no te desanimes, no arrojes la toalla, cuando las cosas no salen como tú quieres, mantente en continua comunicación, relación, en continua unión con Dios y te digo que Él te “hará justicia sin tardar”. Él nos escucha siempre.

Ahora bien, la pregunta, continúa en el aire: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?, ¿encontrará personas que confíen y se fíen totalmente de Dios?, ¿encontrará personas que vivan su vida con esperanza? La respuesta esta en nuestras manos, en nuestro corazón.

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?

• Tómale el pulso a tu vida de oración. ¿Qué significa para ti orar? ¿dedicas tiempo en tu vida diaria para entrar en comunicación con Dios, para relacionarte con Él?, ¿de qué manera lo haces?, ¿oras con confianza, con fe, con esperanza?

• ¿Te desesperas, te desanimas, cuando crees que Dios no te escucha? ¿Cómo vives tu relación con Dios? ¿Desde la inmediatez, desde la impaciencia o desde la confianza y la esperanza?

• ¿Busco en mi vida lo verdaderamente importante (Buscad, primero el Reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura)?

• ¿Qué acciones puedo emprender para estar en continua comunicación, en continua relación con Dios?

VIDA – ORACIÓN

  • Bendice al Padre por todos los regalos que cada día te ofrece.
  • Da gracias a Jesús por enseñarte el verdadero sentido de la oración y la manera en la que tenemos que relacionarnos con el Padre.
  • Pide al Espíritu Santo el don de la paciencia, el arte del estar, del esperar, de confiar.

SOMOS ADMINISTRADORES DE NUESTRA VIDA. Lectio Divina Domingo XXV del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 16, 1-13

La liturgia nos ofrece un pasaje que se encuentra dentro del llamado viaje de Jesús a Jerusalén, que abarca desde Lc 9, 51 a Lc 19, 27. Un viaje que está dividido en el evangelio de Lucas en tres etapas. Nos encontramos en la segunda etapa de este viaje. Y aquí en un descanso del camino, Jesús se dirige a sus discípulos, para explicarles la manera en la que se tienen que relacionar con los bienes, con los recursos o con los medios que podemos poseer y cómo debemos administrarlos como verdaderos discípulos de Jesús. Quiere explicarnos cómo debemos administrar nuestra vida. Para ello, se sirve de la parábola del administrador astuto.

Esta parábola en principio nos puede resultar un poco extraña. Pero intentemos profundizar en ella.

Este administrador se encuentra, en un momento concreto de su vida, en un callejón sin salida. Ha estado muy preocupado por conseguir a toda costa enriquecerse económicamente, y para ello ha utilizado todos los medios a su alcance, su vida ha girado alrededor de la riqueza. Desde el punto de vista cristiano, nosotros deberíamos también poner todos los recursos que tenemos a nuestro alcance para alcanzar el bien más preciado: la felicidad. Y la felicidad no es otra que la de estar en plena armonía y comunión con Dios. La felicidad no es otra que la de estar en plena comunión con el mundo que me rodea, con las personas con las que me relaciono, con el entorno en el que vivo.

Jesús quiere hacer comprender a sus discípulos que los bienes, los recursos, los medios, las riquezas, no son ni buenas ni malas. Las riquezas utilizadas para el bien son un don de Dios, son un regalo que él nos hace. Por lo cual, el quid de la cuestión está en cómo usamos esos recursos; y no pensemos únicamente en los económicos, pensemos también en nuestro tiempo, en nuestro conocimiento, en nuestras capacidades, en nuestras competencias. Dichos recursos que son nuestro poco hemos de saberlos administrar adecuadamente; y si somos fieles en este poco, también seremos fieles en lo mucho.

Porque al final no podemos vivir en la dualidad o somos fieles o somos infieles, o usamos nuestros recursos para el bien o los usamos para el mal, o servimos a Dios o servimos a nuestros propios intereses.

Servir a nuestros intereses, es pensar únicamente en nosotros mismos, es someter nuestra escala de valores a nuestro propio egoísmo, sin pensar en los demás. Lo cual no quiere decir que no pensemos en nosotros mismos; pero recordemos que el ser humano es un ser social.

Recordemos, por último, que nosotros somos administradores de los bienes, de los recursos, de los medios que tenemos a nuestro alcance. No somos dueños de los dones, de las gracias, de los recursos que Dios pone en nuestras manos, somos administradores de los mismos, también para que los otros puedan beneficiarse de ellos.

Al fin y a la postre somos los administradores de nuestra vida en las diferentes dimensiones que la componen y que nosotros debemos unificar, bajo una perspectiva, bajo un criterio, bajo un punto de vista: el amor.

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?

• ¿Eres consciente de los bienes, los recursos, los medios, las capacidades que Dios ha puesto a tu alcance?

• ¿Qué rige tu vida? ¿Cuál es tu escala de valores? ¿Cuál es el objetivo que te has propuesto en la vida? ¿En todo esto están presentes los demás?

• ¿Cómo utilizas dichos bienes? ¿Para tu propio enriquecimiento y beneficio o para ayudar al crecimiento de los otros?

• ¿Sientes que eres administrador y no dueño de los recursos que Dios ha puesto a tu alcance?

• ¿A quién estás sirviendo, a quien te estas dedicando a Dios o al dinero? Y recuerda que dedicarse a Dios es también dedicarse a los hermanos.

VIDA – ORACIÓN

  • Alaba y da gracias a Dios Padre por los beneficios, los logros, las riquezas, los recursos, los medios que cada día te regala.
  • Tus debilidades, dificultades, fracasos, derrotas también son dones de los que puedes aprender para tu desarrollo y para ayudar a crecer a otros, ofréceselos a Jesús para que él lo transforme en aprendizaje para tu crecimiento y el de los demás.
  • Pide al Espíritu Santo que te ayude a saber administrar los bienes que Dios pone a tu alcance.

Nuestro Padre Dios te está buscando. Lectio Divina Domingo XXIV del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 15,1-32

En la lectura evangélica que la liturgia nos ofrece hoy, nos encontramos con tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido; precedidas de una introducción que nos pone en contexto respecto de las mismas.

A Jesús se le acercaban muchos pecadores para escucharlo, me imagino que alguno de ellos se convertiría y cambiaría de vida. Los escribas y fariseos, que eran quienes cumplían escrupulosamente los mandamientos y la ley de Dios, o al menos eso pensaban ellos, observaban aquello, se escandalizaban y murmuraban acerca de Jesús: «Este acoge a los pecadores y come con ellos».

Por supuesto, que la imagen de Dios que tienen estos dos grupos, fariseos y escribas por un lado y pecadores por otro, es muy distinta. Y por supuesto que, la imagen que Jesús tiene del Padre es totalmente diversa a la de ellos. Los escribas y fariseos creían en un Dios justiciero, que castiga nuestros pecados hasta la cuarta generación y al que hay que ofrecer sacrificios de expiación para que nos perdone. La imagen de los pecadores, posiblemente, era la de un Dios permisivo, que lo permite todo, que no le importa nada, que nos deja hacer lo que nos da la gana. Sin embargo, la imagen que nos ofrece Jesús en estas tres parábolas es bien distinta: un Padre que está atento a las necesidades de sus hijos, que cuida de ellos, que es capaz de salir a buscarlos cuando se extravían, que los espera ansioso para darles un abrazo cuando se marchan lejos, un Dios cercano, amigo, que siempre busca nuestra conversión. Un Dios que busca al hombre no para que le tema, sino para que lo ame. Y al amarlo de verdad y al sentirse amado por Dios, será cuando el ser humano sea incapaz de alejarse de Dios. Eso es lo que quiere ofrecernos Jesús, un Padre que nos ama y que lo único que nos pide es nuestro amor, porque desde el amor será más fácil no pecar.

Intenta, querido lector, entrar en el meollo de cada una de las parábolas. No son simples historias edificantes. A partir de ellas, y de su sencillez, podemos descubrir el amor que Dios nos tiene y el comportamiento que nosotros debemos tener con nuestros hermanos, como seguidores de Jesús.

Estas historias pueden sorprendernos: ¡un pastor que deja noventa y nueve ovejas por ir a buscar a una! ¡un padre que al marcharse su hijo de casa y derrochar su fortuna lo acoge como si nada hubiera pasado! ¡una mujer que es capaz de poner patas arriba su casa para encontrar una simple moneda! Pero es que Dios es así de sorprendente: Se alegra inmensamente, y con Él los ángeles del cielo, por un solo pecador que se convierta, que cambie de vida. Y para eso Dios no se cansará nunca de buscarnos y de esperarnos.

Querido amigo, querida amiga, si estás cerca de Jesús intenta no alejarte y disfruta de su compañía y de su amor. Si te has alejado un poco, recuerda que él ha salido a buscarte y te está esperando, sal a su encuentro, arrepiéntete de tus pecados, intenta cambiar de vida y ponte en camino para seguir a Jesús. En un caso como en el otro, nos encontraremos con la bondad, la misericordia y el amor de Dios que ama a todos y a cada uno de sus hijos incondicionalmente. Déjate inundar por ese amor.

Que en este camino de búsqueda y encuentro, María la Madre Buena te acompañe siempre.

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?

• ¿Te acercas con frecuencia a la Palabra de Dios para encontrarte con Jesús? ¿Te acercas a la eucaristía con asiduidad?

• Tu relación con Dios, ¿En qué está basada? ¿En el temor? ¿En la permisividad? ¿En el servilismo? ¿O en el amor incondicional?

• ¿Qué crees que tienen en común las tres parábolas?

• ¿Te ocurre a ti como a los ángeles del cielo, que te alegras cuando ves que tu hermano se convierte?

• Si te has alejado de Jesús, ¿qué vas a hacer para salir a su encuentro?

VIDA – ORACIÓN

Hoy para responder con la oración a la Palabra de Dios, te invito a hacerlo con una canción de Kairoi: Oración del pobre.

Vengo ante Ti, mi Señor,

reconociendo mi culpa.

Con la fe puesta en tu amor,

que Tú me das como a un hijo.

Te abro mi corazón

y te ofrezco mi miseria,

despojado de mis cosas

quiero llenarme de ti.

Que tu Espíritu, Señor,

abrase todo mi ser.

Hazme dócil a tu voz,

transforma mi vida entera,

hazme dócil a tu voz,

transforma mi vida entera.

Puesto en tus manos, Señor,

siento que soy pobre y débil,

mas Tú me quieres así,

yo te bendigo y te alabo.

Padre, en mi debilidad

Tú me das la fortaleza.

Amas al hombre sencillo,

le das tu Paz y Perdón.

Si quieres puedes encontrarla aquí: https://www.youtube.com/watch?v=teZGmdEpTfs

HUMILDAD: RECONOCE TUS LÍMITES Y SERÁS FUERTE Lectio Divina Domingo XXII del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 14,1.7-14

Nos encontramos junto a Jesús en Jerusalén. Es sábado. Uno de los principales fariseos lo invita a comer. Y los fariseos, ya están al acecho para ver si podía pillarlo en algún renuncio y poder acusarlo ante las autoridades.

Para poder comprender mejor este pasaje, es necesario caer en la cuenta que del versículo 1, la lectura que nos ofrece el leccionario salta al versículo siete. Entre medias, nos encontramos con la curación de un hombre hidrópico (Acumulación anormal de líquido en alguna cavidad o tejido del cuerpo). Y la consiguiente discusión con los fariseos a causa de esta curación, porque la había practicado en sábado. La celebración del sábado no puede reducirse únicamente a la observancia externa del descanso, de la conmemoración, de la asistencia al culto de la sinagoga; la celebración del sábado no puede reducirse al mero cumplimiento. El sábado está siempre a favor del ser humano. ¿Qué está permitido hacer en sábado? ¿Salvar a la persona o cumplir con la obligación?

Recordemos que algunos enfermos, en tiempos de Jesús, están excluidos de la comunidad. Para los fariseos la comunidad “salvada” está formada por todos aquellos que cumplen escrupulosamente la ley y por tanto son bendecido por Dios. Para Jesús nadie está excluido de la comunidad de salvados, todos somos invitados a su banquete. Todos sin distinción. Somos nosotros mismos los que nos excluimos del banquete al rechazar la invitación o al no tener las actitudes adecuadas para participar en dicho banquete.

Una de estas actitudes es la humildad. Jesús, un gran observador, se da cuenta de que conforme van entrado los convidados van escogiendo los primeros puestos. Ello le da pie para contarles una parábola en la que precisamente se nos habla acerca de esta actitud.

Humildad etimológicamente deriva de la palabra latina humus (tierra). Tiene que ver con tener los pies en la tierra; tiene que ver con reconocer nuestras habilidades y nuestras limitaciones. Conocer estas cualidades nos alejará de la soberbia y de la arrogancia. Nos alejará de los primeros puestos, porque nos daremos cuenta de que el otro tiene la misma dignidad, sea director general o portero. Dios no nos ha hecho superiores a nadie. La salvación no se alcanza por nuestros méritos, por el puesto que ocupemos, o por el prestigio que tengamos. La salvación es pura gracia, es gratuita, es un regalo de Dios. Ante el cual todos somos iguales y a todos nos ama de manera incondicional.

Desde la humildad podemos reconocernos como seres limitados, incapaces, débiles, con muchas potencialidades, por supuesto, pero necesitados ante Dios y ante los hermanos. Esto hará que podamos mirar al otro no como un inferior sino como un igual; esto hará que no nos sintamos inferiores ante el otro porque, delante de Dios, tenemos la misma dignidad. Y tanto uno como otro tenemos nuestras fortalezas y nuestras debilidades.

Así que desde esta perspectiva es innecesario, es inútil, es ridículo buscar los primeros puestos.

Aquel que reconoce su fragilidad, sus limitaciones, sus debilidades podrá invitar a cualquiera a su banquete, nadie estará excluido del mismo; y si esto lo hace desde la gratuidad no esperará que el otro le invite o que el otro le pague.

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?

• Volvemos a algún interrogante del texto, aunque actualizándolo a nuestra realidad actual: ¿Qué está permitido hacer en domingo? ¿Salvar a una persona o cumplir con una obligación?

• ¿Cómo vives la celebración eucarística del domingo? ¿Cómo una obligación, cómo una imposición, como un regalo de Dios, como una necesidad?

• ¿A quién o a quienes excluyes de tu vida? ¿Crees que eso es coherente con tu vida cristiana?

• Jesús nos invita a vivir la actitud de la humildad. Teniendo en cuenta su significado etimológico, ¿eres consciente de tus fortalezas y debilidades? ¿De tus habilidades y limitaciones? ¿Te sientes necesitado ante Dios y ante los demás?

• ¿Tratas a todos y cada uno de tus hermanos como iguales?

VIDA – ORACIÓN

Te doy gracias y te alabo Padre, por el obsequio de la Salvación, que nos regalas a todos y cada uno de tus hijos gratuitamente.

Señor, Jesús, te ofrezco mis debilidades, mis limitaciones, mis incapacidades, transfórmalas en tus fortalezas, pues con San Pablo te digo: en mi debilidad te haces fuerte.

Espíritu Santo que tu gracia me acompañe siempre para ir transformándome según mi modelo Jesucristo.

TU HERENCIA MÁS PRECIOSA PONLA AL SEVICIO DE LOS DEMÁS Lectio Divina Domingo XVIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 12,13-21

Nos encontramos hoy para orar con un texto que pertenece a un discurso más largo de Jesús acerca de la confianza en Dios y del abandono en su Providencia (Lc 12). Aproximadamente, en el centro de este discurso, el Maestro de Nazaret se ve interrumpido por uno de los oyentes; el cual, está preocupado por un tema de herencia. Sin embargo, aunque nos sorprenda, Jesús no quiere emitir juicio alguno acerca del tema; es más, ni siquiera quiere opinar acerca de quien lleva o no la razón en tal circunstancia. La cuestión económica para Jesús es superflua, no quiero decir con esto que no le preocupe. La enseñanza que Jesús quiere proponerle a su interlocutor, y que quiere también proponernos a nosotros, es más profunda: ¿Cuál es nuestra escala de valores? ¿Qué es lo que ocupa el primer puesto en esta escala?

La preocupación desmedida por la economía no es propia del cristiano. Fíjate bien, querido lector, que he dicho preocupación desmedida. Y esta preocupación resulta ser así, cuando nuestra conducta se ve condicionada por la adquisición de bienes materiales para agrandar nuestro patrimonio con el único fin de agrandarlo; esta preocupación es desmedida, cuando nuestra vida gira en torno a tener más y más, sin preocuparnos de otras cosas que también son importantes; esta preocupación es desmedida, cuando pensamos que todo depende de aquello que podamos poseer o no.

La vida de la persona no depende de sus bienes. Cuando lo que poseemos lo usamos de forma egoísta, para satisfacer nuestra ambición, nuestra avaricia, nuestra codicia, nos estamos apartando del proyecto de Dios, nos estamos alejando del hermano, nos estamos encerrando en nosotros mismo y en nuestro pequeño mundo; y entonces le estamos dando la espalda a las necesidades que puedan aparecer a nuestro alrededor. ¿De qué nos servirá todo eso al dejar este mundo?

Todo esto, Jesús quiere mostrarlo a los que lo escuchan con una parábola. Y la conclusión de la misma es clara: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?” (Lc 12,20).

Jesús no nos está diciendo que la riqueza sea mala o buena. Jesús quiere llamarnos la atención acerca de nuestra actitud ante los bienes materiales, y acerca del modo en que los usamos. Nuestros bienes materiales ¿están abiertos, también, a las necesidades de nuestros hermanos? ¿nuestros bienes materiales están destinados a hacer el bien, a ayudar a los demás? Y por bienes materiales no entendamos únicamente la cuestión económica, que también. Muchos de nosotros, posiblemente no tenemos una gran fortuna económica, pero guardamos en nuestros graneros: nuestro tiempo, nuestras capacidades, nuestros saberes, nuestras competencias, nuestras habilidades… Nuestra herencia más preciada, más que nuestro dinero. Y la cuestión no está en tenerla o no, sino en que nos guardemos de toda codicia con respecto a ella. De esta manera, seremos ricos ante Dios.

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?

• Volvemos a las preguntas del principio: ¿Cuál es tu escala de valores? ¿Qué es lo que ocupa el primer lugar en ella?

• ¿Tienes una preocupación desmedida hacia los bienes materiales? ¿Cómo podrías remediarlo?

• ¿Piensas excesivamente en ti y tus comodidades?

• ¿Compartes tu tiempo, tus habilidades, tus conocimientos, etc con los demás?

• ¿Qué puedes hacer en tu vida cotidiana para salir al frente de las necesidades de nuestros hermanos más desfavorecidos?

VIDA – ORACIÓN

Te invito a orar con el salmo 130.

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

PIDE, BUSCA, LLAMA Lectio Divina Domingo XVII del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 11,1-13

De una manera, en cierto modo abrupta, Lucas nos introduce en un largo texto en el que se nos invita a los discípulos de Jesús a la oración. Aparentemente, nada tiene que ver con lo tratado en los textos precedentes. Sin embargo, ¿cómo nos vamos a ocupar de hacer el bien a nuestro prójimo como cristianos si no nos relacionamos con Dios? ¿Cómo vamos a estar atentos a las necesidades de los demás sin estar unidos a Jesús? La oración siempre es necesaria. No podemos olvidarnos de ella; y Jesús nos da ejemplo (Lc 11,1).

El texto con el que vamos a orar en este domingo podemos dividirlo del siguiente modo:

  • 1-4: Jesús nos enseña cómo debemos orar: el Padre nuestro.
  • 5-8: La parábola del amigo inoportuno.
  • 9-13: La eficacia de la oración.

La oración del Padre nuestro nos revela la relación que Jesús mantenía con el Padre. Una relación de cercanía, sencillez y confianza. La misma actitud, que deberíamos mantener nosotros con Él.

Me vais a permitir, que no me detenga tanto en la oración del Padre nuestro, de la cual podemos encontrar abundantes comentarios, cuanto en la segunda y tercera parte del texto con el que la liturgia nos invita a orar hoy.

La parábola del amigo inoportuno, nos sugiere precisamente que seamos insistentes, incansables, atrevidos en nuestra oración.

Llega a la casa de nuestro protagonista un viajero. La idea de la hospitalidad presente en el mundo oriental, de alguna manera, obligaba a acoger al viajero y ofrecerle alimento, después de una segura dura jornada de camino. Sin embargo, aquel no tiene con qué obsequiar a su huésped; por no tener, no tiene siquiera pan.

No queda otra que ir y pedir a algún vecino ayuda. Que al menos le preste tres panes para poder saciar un poco el hambre que el viajero pudiera traer. Pero, ojo, es de noche. Me imaginó que aquel hombre sopesaría la cuestión: No tengo qué ofrecer al viajero, es de noche y tengo que salir a pedirle a alguien que me ayude. No pensemos en tiendas ni cosa parecida. No existían en la época. El pan se amasaba en casa y, además, una vez a la semana. Por lo que podría ser, que si nos encontrábamos al final de la semana y el dueño de la casa no lo había previsto, se hubiese quedado sin pan. ¿Qué hago?, se preguntaría aquel hombre. No queda otra que ir a pedir a algún vecino que me preste algo de pan para poder ofrecer al menos eso al viajero. La “obligación” de la hospitalidad está por encima de la vergüenza, de lo embarazoso de la situación, de lo mal que pueda caerle al vecino o del que dirán. Hay que armarse de valor e ir a llamar a su puerta, a pesar de todo.

Imaginémonos esa situación. Es lógico, muy probablemente, si el vecino se levanta despertará a su familia, molestará a su mujer y/o a sus hijos, tendrá que buscar el pan… No deja de ser una situación, por lo menos embarazosa. Es normal que el vecino se niegue.

Sin embargo, Jesús nos pone de relieve, que este hombre no se rinde ante la dificultad y aunque el vecino se niegue insiste en su petición.

Al final, el vecino no le dará el pan por generosidad o por ayudar al vecino. Lo hará para evitar el escándalo. Si este hombre sigue llamando a mi puerta, se va a enterar el vecindario entero, imagino que pensaría. A la mañana siguiente podría estar en boca de todos no solo el amigo, por inoportuno, si no el mismo, por no atender a su petición de ayuda.

Gracias a la insistencia, al atrevimiento, a la audacia (el término griego utilizado por Lc, anaideian, puede incluso significar desvergüenza), de nuestro protagonista el amigo acaba socorriéndolo y, por tanto, él también podrá socorrer a su huésped.

Intentando actualizar un poco la parábola, me pregunto: ¿qué pasaría si nosotros actuáramos así en nuestra oración, ante una verdadera necesidad? Sobre todo, cuando estamos pidiendo no para nosotros, si no para otros. Tengamos en cuenta que nuestro Padre Dios es mucho más generoso que el vecino y sabe anticiparse a nuestras necesidades.

Por tanto, no nos importe ser inoportunos, atrevido, audaces, insistentes… en nuestra relación con Dios. No tengamos pudor alguno en pedir lo que necesitamos a Dios nuestro Padre.

E, incluso, no nos de ninguna vergüenza pedir ayuda a nuestro prójimo, cuando lo necesitemos. Tengamos la suficiente humildad, para ser consciente de nuestras debilidades y pidamos ayuda a la persona que pensamos que puede socorrernos.

A reglón seguido, Jesús nos invita a pedir. Pero no solo a eso, también a que nosotros nos pongamos manos a la obra: buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá (11,9). No os quedéis pasivamente en el sillón de vuestra casa, sin hacer nada: “Ya le he pedido a Dios.” No, salid, buscad, llamad, poneos en camino e intentar hallar una solución, como el protagonista de la parábola. Salid de vuestra zona de confort. No os quedéis despreocupados, indiferentes, inoperantes. Además de pedir a Dios, intentad buscar una solución.

Si nos ponemos en camino, además de orar a Dios y con la confianza puesta en él, encontraremos lo que buscamos. Si llamamos insistentemente a la puerta, ésta se nos abrirá.

Y, luego, mucha confianza en la bondad de Dios como Padre. Si nosotros que somos débiles, que tenemos muchas miserias, que no nos comportamos como es debido, somos capaces de remover cielo y tierra para poder dar cosas buenas a nuestros hijos, cuánto más nuestro Padre.

¡Cómo no va Él a otorgar el Espíritu Santo a quien se lo pida!

Al final, ese es el don que tenemos que pedir insistentemente y que tenemos que buscar sin descanso: el Espíritu Santo, que será quien vaya transformándonos día a día en seguidores más auténticos de Jesús.

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?

• La parábola nos invita a ser insistentes, atrevidos, audaces en nuestra oración al Padre, ¿qué piensas al respecto?

• ¿Qué crees que pasaría, si nosotros actuáramos de la misma manera que el protagonista de la parábola ante nuestras necesidades o las necesidades de los demás?

• ¿Cómo resuenan en ti las palabras de Jesús: pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá? ¿Qué repercusiones tienen para tu vida personal y comunitaria?

• Jesús, además nos invita, no sólo a orar, sino también a pasar a la acción, como diría san Agustín: “Ora como si todo dependiera de Dios, trabaja como si todo dependiera de ti”. ¿Qué te parece esta frase? ¿Qué conclusión puedes sacar para tu vida?

• Jesús nos anima a pedir con insistencia el Espíritu Santo. ¿Qué sueles pedir en tu oración diaria? ¿Oras frecuentemente para que Dios Padre te conceda el don del Espíritu Santo?

VIDA – ORACIÓN

Te invito a orar con la secuencia de Pentecostés.

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndido, luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

LO NECESARIO Y LO IMPORTANTE: ESCUCHANDO SU PALABRA. Lectio Divina del domingo XVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 10,38-42

Nos encontramos en el texto evangélico, que nos ofrece la liturgia de este domingo con que Jesús se encuentra de visita en casa de Marta, la cual tenía una hermana que se llamaba María.

Seguimos en el contexto del largo viaje de Jesús desde Galilea a Jerusalén

Pues bien, nos encontramos ya en la casa. Jesús está sentado conversando con algunos de los presentes, entre los que se encuentra María. Marta se afana por atender como corresponde a los invitados. Las dos tareas son importantes, el servicio de la preparación de la comida y la conversación reposada. ¿Pero son ambas necesarias?

Dentro del contexto que nos ocupa, podemos percibir cómo Jesús quiere hacerle ver a Marta esta distinción. ¡Claro que es importante el servicio que ella esta prestando! ¡Faltaría más! Pero, posiblemente, ella se está preocupando en exceso. El texto evangélico nos dice que andaba muy afanada con los muchos servicios. Es más, se siente sola acometiendo las diversas tareas. Marta se agita y preocupa por muchas cosas. Seguramente, por ofrecer gran cantidad de viandas y bien preparadas a los invitados que tiene en su casa.

Jesús le hace ver que pocas cosas en esta vida son necesarias. No es necesario que prepare tantas cosas o que estén perfectamente preparadas. Pero si es necesario que, le dediquemos tiempo a las personas, y más si cabe a la persona de Jesús.

¿Cuántas veces nos afanamos por hacer, hacer y hacer y nos olvidamos que lo que más necesitan los otros es que estemos? Sí, que estemos presentes, que le escuchemos, que les sonriamos, que los abracemos, que permanezcamos junto a ellos que los apoyemos…. A veces, sin hacer nada; simplemente estando al lado con todo nuestro ser, como compañeros de camino.

Hacer cosas por los demás es importante, pero escucharlos es necesario. Realizar actividades por Jesús y por el Reino es importante, pero escuchar su Palabra es necesario. Curar enfermos, dar de comer a los pobres, visitar a los presos, predicar la Buena Noticia, todas ellas son acciones importantes; pero escuchar a Jesús es totalmente necesario. ¡Cómo vamos a curar enfermos al estilo de Jesús, cómo vamos a dar de comer a los hambrientos con espíritu evangélico, cómo vamos a acoger a los otros como los acogía el Maestro, si no nos alimentamos de Él, si no nos dejamos enseñar por Él, si no nos dejamos configurar por el Espíritu según Él!

Partiendo desde la escucha de Jesús, todas nuestras actividades apostólicas serán realizadas de una manera más satisfactoria y darán abundantes frutos.

No dejes de pasar un solo día sin estar un rato largo a los pies del Maestro escuchando su Palabra.

Oración y acción ambas deben ir de la mano. Contemplativos en la acción. Realizar siempre nuestras actividades con la mirada puesta en Jesús y bajo la mirada del Maestro.

Del Beato Santiago Alberione dijo el Papa Pablo VI en una audiencia en 1969, algo que nos puede ayudar a profundizar y a asimilar todo esto que estamos comentado: «Miradlo: humilde, silencioso, incansable, siempre alerta, siempre ensimismado en sus pensamientos, que van de la oración a la acción (según la fórmula tradicional: “ora et labora”), siempre atento a escrutar los “signos de los tiempos”, es decir, las formas más geniales de llegar a las almas, nuestro padre Alberione ha dado a la Iglesia nuevos instrumentos para expresarse, nuevos medios para vigorizar y ampliar su apostolado, nueva capacidad y nueva conciencia de la validez y de la posibilidad de su misión en el mundo moderno y con los medios modernos.»

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?

• ¿Eres capaz en tu día a día descubrir lo que verdaderamente es necesario?

• ¿Qué significado tiene para ti o como resuena en tu interior la invitación de ir de la oración a la acción

¿Parte tu acción siempre de la oración, de la escucha atenta de la Palabra de Dios?

• ¿Dedicas algún tiempo de tu día a día, no sólo a hacer cosas por los demás, si no a estar con ellos?

VIDA – ORACIÓN

• Bendice y alaba al Padre por el gran regalo de tener su presencia y visitarnos cada día.

• Da gracias a Jesús por ofrecernos a cada día su Palabra e invitarnos a escucharla.

• Pide al Espíritu Santo que te ayude a descubrir lo que es verdaderamente necesario en tu vida cotidiana.

«Dales tú de comer» LECTIO DIVINA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO – CICLO C (Lc 9,11b-17)

VERDAD – LECTURA

En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del Reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado”. Él les contestó: “Dadles vosotros de comer”. Ellos replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente”. Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: “Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno”. Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que le había sobrado: doce cestos llenos de las sobras.

El texto evangélico, con el que hoy se nos invita a orar, hemos de enmarcarlo, como siempre hacemos en nuestra Lectio, dentro de un contexto más amplio. El capítulo 9 del evangelio de Lucas, comienza con el envío de los Doce “anunciando la Buena Nueva y haciendo curaciones por todas partes” (cf. Lc 9,1-6); a continuación, vemos como el virrey Herodes está sorprendido de todo lo que se cuenta acerca de Jesús, pues piensa que es Juan Bautista resucitado, a quien él cortó la cabeza (cf. Lc 9,7-9). Entonces los discípulos regresan de la misión y comienzan a contarle a Jesús todo lo que habían hecho, éste les invita a retirarse juntos a un lugar tranquilo, en dirección a un pueblo llamado Betsaida. La gente al saberlo lo siguió. Aquí es donde arranca nuestro relato.

El texto nos narra uno de los signos realizados por Jesús, el conocido como la multiplicación de los panes y los peces.

A mi parecer, es interesante relacionar este texto con el Antiguo Testamento. Pues los judíos del tiempo de Jesús esperaban impacientes la llegada del Mesías; un Mesías que tenía, por así decir, su modelo en Moisés, el gran liberador del Pueblo de Israel; por lo que dicho Mesías, de alguna manera debía realizar los prodigios que se le atribuían a Moisés: conducir a su pueblo y alimentarlo; de la misma manera que él lo hizo en el desierto.

Sin embargo, nos encontramos dentro de un contexto histórico mucho más amplio: la comunidad de Lucas. Ésta hemos de constatar que no es predominantemente de cultura judía, es una comunidad más bien de origen griego, en la que se comienza a celebrar la eucaristía. Su objetivo, no es tanto la justificación del mesianismo de Jesús, como el de afianzar a su comunidad en la fe en la eucaristía y el significado que para ellos debería tener. Aunque eso no quiere decir que Lucas no enraíce su relato en la tradición de los grandes personajes del Pueblo de Israel.

El relato nos pone en situación con respecto al hecho que posteriormente nos va a contar. La muchedumbre ha venido a escuchar a Jesús y ser curada por él y comienza a anochecer. Están en despoblado. Habría que proveerles de alimento y, bueno, si fuera posible de alojamiento. La única solución, a simple vista, es enviarlos a las aldeas vecinas para, para al menos, tomar algo y recuperar fuerzas, para que puedan continuar camino hacia sus casas.

Jesús, lejos de amedrentarse, les dice a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”. Me imagino la reacción de estos. ¿Cómo? ¿Pero el Maestro está en su sano juicio? ¿Cómo vamos a dar nosotros de comer a tal cantidad de gente con los medios que tenemos? Imposible. Solo tenemos cinco panes y dos peces. La primera reacción de los discípulos es “echar balones fuera”. Que sean otros los que solucionen el problema. La solución del problema está fuera. Pero no. Eso no es cierto. Y no es cierto nunca. La solución está dentro de nosotros mismos y dentro de la comunidad. Lo único que tenemos que hacer es ser conscientes de nuestros recursos, de nuestras fortalezas, de nuestro potencial y ponernos manos a la obra. El resto lo hará Jesús. Como diría San Ignacio de Loyola: Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios. Pero actúa.

Jesús hace que se sienten en grupos de cincuenta personas. Entonces, Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y los dio a sus discípulos para que los distribuyeran. ¿A qué te suena, querido lector? A ti no sé, pero a mí inmediatamente me evoca la eucaristía.

Dejando un poco a parte el milagro, que en ningún momento me atrevería a negar. Lucas le está diciendo a su comunidad y nos dice a nosotros hoy, que la Eucaristía es compartir. La eucaristía nos tiene que llevar a estar atentos a las necesidades de nuestro prójimo, intentar salir al paso de las carencias, de las penurias, de la miseria, de los problemas de todos aquellos con los que nos encontramos a diario. Y no con grandes medios o impresionantes acciones; con nuestra propia pobreza, con lo poquito que podemos tener, pero que estamos dispuestos a aportar y a entregar para que Jesús lo transforme en abundante. Una abundancia tal, que es capaz de saciar a una muchedumbre y llenar doce canastos de sobra.

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios, aquí y ahora, en este momento con ello?

• ¿Cómo acoges el don de la vida plena que Jesús te ofrece en cada eucaristía?

• ¿Al asimilar el cuerpo y la sangre de Jesucristo eres consciente de que poco a poco se tiene que producir en tu vida un cambio radical?

• En la celebración eucarística, te alimentas de la doble mesa de la Palabra y la Eucaristía, ¿Eres consciente de ello? ¿Son ambos importantes para ti? ¿Cómo vives estos momentos?

• También a ti, Jesús te dice: “Dales tú de comer” ¿Cómo acoges esa invitación? ¿Estás dispuesto a poner en marcha todos los recursos a tu alcance para salir al frente de las necesidades de los que te rodean?

VIDA – ORACIÓN

Te doy gracias, Maestro y verdad, por haberte dignado venir a mí, ignorante y débil.

En unión con María te ofrezco al Padre: contigo, por ti y en ti, sea por siempre la alabanza, la acción de gracias y la súplica por la paz de los hombres.

Ilumina mi mente, hazme discípulo fiel de la Iglesia; que viva de fe; que comprenda tu palabra; que sea un auténtico apóstol. 

Haz, Maestro divino, que la luz de tu Evangelio llegue hasta los últimos confines del mundo.

(Beato Santiago Alberione)

Lectio Divina de la fiesta de la Sagrada Familia (Lc 2,22-40)

Verdad – Lectura familia

El texto del evangelio con el que vamos a orar hoy, podemos dividirlo en dos partes: la presentación de Jesús en el Templo y la subida a Jerusalén, cuando Jesús tenía doce años, con motivo de la pascua.
La primera parte del relato comienza narrándonos la purificación de María y la consagración de Jesús. Ambos acontecimientos fueron llevados a cabo por los padres de Jesús para cumplir la Ley de Moisé. El libro del Levítico ordenaba que a los cuarenta días del alumbramiento, si la criatura era niño, debía de realizarse el rito de purificación en el templo, a los ochenta días si era niña (Lev 12,1-8). Para dicho rito había que ofrecer un cordero, pero a los pobres les estaba permitido ofrecer dos tórtolas o dos pichones; uno de ellos era ofrecido como holocausto y el otro como sacrificio por el pecado.
Pero además, el libro del Éxodo ordenaba que todo primogénito del Pueblo de Israel debía ser consagrado a Dios (13,2.11-16; 34,20), aunque podía ser rescatado pagando cinco ciclos de plata (Núm 18,15; 1Sam 1,24-28).
El evangelista Lucas, con la narración de estos dos hechos quiere destacar la fidelidad de los padres de Jesús a la Ley. Y dichos acontecimientos tendrán lugar en Jerusalén, en el Templo de Dios. La Ciudad Santa es el centro neurálgico del plan divino de salvación, aunque haya muchos que quieran impedirlo: allí murió Jesús, allí resucitó, de allí partió la proclamación del evangelio a todos los confines del mundo.
El relato continúa con el testimonio de Simeón y Ana.
A él se refiere el evangelista como un hombre justo, piadoso, que esperaba al Mesías y que el Espíritu Santo estaba con él.
Justo y piadoso significa que era una persona integra sobre todo en el campo religioso. La expresión «que esperaba al Mesías» significa que era un hombre de fe que esperaba la salvación prometida por Dios a Israel mediante los profetas. Y el que el Espíritu Santo estaba con él quiere decir, que según la tradición bíblica, era profeta (cf. Is 11,2).
Simeón había recibido la revelación de Dios de que no moriría son haber visto al Salvador; por lo que impulsado por el Espíritu, va al Templo y allí toma al niño en sus brazos y bendice a Dios por haberle dado este regalo. Los padres de Jesús están admirados por las palabras de Simeón. A ellos les refiere que Jesús será signo de contradicción, unos le acogerán y otros lo rechazarán. Y a María una espada le atravesará el alma. María participará de la pasión, muerte y resurrección de Jesús por lo que se convertirá en corredentora de la humanidad.
Por su parte, el testimonio de Ana, sirve para completar la imagen de los profetas, hombres y mujeres que han sido enviados por Dios para ser testigos de la venida del Mesías. Ana estaba totalmente consgrada a Dios, por lo que no se apartaba en ningún momento del Templo, dedicándose al ayuno y la oración. De ella, se nos ofrecen dos notas características: estuvo casada siete años, número que indica la perfección; y al quedar viuda, hasta los ochenta y cuatro años no se apartaba del Templo, que es siete veces doce. También ella esperaba la venida del Mesías.
De esta manera, se cumplen las prescripciones recogidas en la Ley. Y entonces, la familia de Jesús regresa a Nazaret, en la región de Galilea. Allí, «Jesús crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2,40). Con lo cual se iba desarrollando como ser humano, la sabiduría de la que está lleno no es la sabiduría de los hombres, sino la sabiduría de Dios, pues la gracia, el amor de Dios estaba con él.

Camino – meditación

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha tocado el corazón? ¿Qué sentimiento, emociones, inquietudes… despierta en ti?
  • ¿Qué querrá decirte Dios con ello en este momento concreto de tu vida?
  • ¿Cuál es mi postura ante los testigos del evangelio?
  • También yo he sido llamado/a para ser testigo de la presencia de Jesús en el mundo, ¿estoy dispuesto/a, lo mismo que Simeón y Ana?
  • ¿Qué siento al saber que Jesús era miembro de una familia como cualquier otra persona?
  • ¿Qué puedo yo hacer para consolidar mis vínculos familiares para que se parezca más a la familia de Nazaret, en la que todos vivamos y crezcamos llenándonos de la sabiduría de Dios?

Vida – Oración

Consagración a la Sagrada Familia
Señor Jesucristo, quien con María y José consagraste la vida doméstica con Tus inefables virtudes, concede que nosotros, con la asistencia de los dos, podamos aprender con el ejemplo de La Sagrada Familia y podamos atender a su eterna fraternidad. Por quien vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. (Tomada de: http://www.devocionario.com/varias/familia_1.html)