“¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Lectio divina del domingo XXIV del Tiempo Ordinario – Ciclo A

VERDAD – LECTURA

Evangelio: Mt 18,21-35

Como muchos de vosotros sabéis, Mateo estructura su evangelio en cinco grandes discursos, a modo de un “nuevo Pentateuco”. Nos encontramos en la conclusión del cuarto discurso que ha ocupado el capítulo 18.

El texto con el que oramos hoy, viene inmediatamente después de que Jesús haya hablado a sus discípulos acerca de la corrección fraterna y cómo debe ser ejercida la misma. A renglón seguido, Pedro le plantea el caso concreto en el que una persona peca “contra mí”: “Si mi hermano me ofende” (Mt 18,21). Pedro ya le ofrece una solución aparentemente generosa desde el punto de vista numérico: “¿Hasta siete veces?” (Mt 18,21). Sin embargo, Jesús va mucho más allá: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” Es decir: siempre. Para ilustrar este “mandamiento”, Jesús les cuenta una parábola: la parábola de los dos deudores.

Vamos a intentar profundizar en la parábola para que lleguemos a comprenderla de manera más satisfactoria.

Nos encontramos con un rey, al que uno de sus siervos le debe una cantidad enorme de dinero. Y lo de enorme no es una exageración, diez mil talentos, lo cual equivaldría, siguiendo a José Luis Sicre, a 60 millones de jornales. Es decir, ni trabajando toda la vida podría ese individuo saldar su deuda. Siendo así, el rey decide recuperar de alguna manera, al menos una parte de dicha deuda, vendiéndolo a él junto con su familia y sus posesiones. La reacción del siervo no se deja esperar, se echa a sus pies y le suplica que tenga paciencia con él y que le pagará la deuda. El rey, por su parte, se compadeció de él y le perdonó toda la deuda.

Sigamos con la parábola. A continuación, el siervo se encuentra con un compañero suyo, el cual, también le debe dinero; aunque resulta una cantidad ridícula, comparada con la que él debía al rey, y que éste le perdono: 100 denarios. El siervo perdonado agarra violentamente a su compañero por el cuello, gritándole que le pague la deuda que le debe. Y ocurre lo mismo que con el rey; su compañero le pide que tenga paciencia con él, que le pagará la deuda. Sin embargo, lejos de comportarse de la misma manera que el monarca, lo que él hace es meter a su compañero en la cárcel.

Los compañeros de los dos deudores, que han presenciado la escena, se lo cuentan al rey; el cual indignado, toma cartas en el asunto. Y aquí es donde está la clave de la parábola y el versículo que de alguna manera ilumina toda la escena: “¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” (Mt 18,33).

Os decía que la clave está en este versículo, porque por mucho que nos cueste personar una ofensa, cuando ésta la ponemos en la presencia de Dios, y caemos en la cuenta de los mucho que Dios nos perdona cada día, no cabe otra, que perdonar de corazón a quien nos ofende y hacerlo siempre, porque Dios Padre Misericordioso, a nosotros nos perdona siempre. ¿Acaso no somos discípulos de Jesús? Pues apliquémonos el cuento. Perdonar siempre y de corazón es parte del discipulado de Jesucristo.

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios, aquí y ahora, en este momento, con ello?
  • Repasa la parábola y cada una de las acciones de los personajes que intervienen. ¿Con cuál de ellos te sientes más identificado? ¿Cuál es la causa de ello?
  • Cuando perdonas, ¿de verdad lo haces de todo corazón?
  • ¿Cómo puedes comenzar a crear un clima de reconciliación, perdón y misericordia a tu alrededor?

VIDA – ORACIÓN

Te invitamos a que ores de manera muy pausada el Padrenuestro. Degústalo. Detente, sobre todo, en el momento en el que se dice: perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Proponte realizar alguna acción de reconciliación o perdón con aquel hermano que sientas que te ha ofendido.

Nuestro Padre Dios te está buscando. Lectio Divina Domingo XXIV del Tiempo Ordinario – Ciclo C

VERDAD – LECTURA

Evangelio Lc 15,1-32

En la lectura evangélica que la liturgia nos ofrece hoy, nos encontramos con tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido; precedidas de una introducción que nos pone en contexto respecto de las mismas.

A Jesús se le acercaban muchos pecadores para escucharlo, me imagino que alguno de ellos se convertiría y cambiaría de vida. Los escribas y fariseos, que eran quienes cumplían escrupulosamente los mandamientos y la ley de Dios, o al menos eso pensaban ellos, observaban aquello, se escandalizaban y murmuraban acerca de Jesús: «Este acoge a los pecadores y come con ellos».

Por supuesto, que la imagen de Dios que tienen estos dos grupos, fariseos y escribas por un lado y pecadores por otro, es muy distinta. Y por supuesto que, la imagen que Jesús tiene del Padre es totalmente diversa a la de ellos. Los escribas y fariseos creían en un Dios justiciero, que castiga nuestros pecados hasta la cuarta generación y al que hay que ofrecer sacrificios de expiación para que nos perdone. La imagen de los pecadores, posiblemente, era la de un Dios permisivo, que lo permite todo, que no le importa nada, que nos deja hacer lo que nos da la gana. Sin embargo, la imagen que nos ofrece Jesús en estas tres parábolas es bien distinta: un Padre que está atento a las necesidades de sus hijos, que cuida de ellos, que es capaz de salir a buscarlos cuando se extravían, que los espera ansioso para darles un abrazo cuando se marchan lejos, un Dios cercano, amigo, que siempre busca nuestra conversión. Un Dios que busca al hombre no para que le tema, sino para que lo ame. Y al amarlo de verdad y al sentirse amado por Dios, será cuando el ser humano sea incapaz de alejarse de Dios. Eso es lo que quiere ofrecernos Jesús, un Padre que nos ama y que lo único que nos pide es nuestro amor, porque desde el amor será más fácil no pecar.

Intenta, querido lector, entrar en el meollo de cada una de las parábolas. No son simples historias edificantes. A partir de ellas, y de su sencillez, podemos descubrir el amor que Dios nos tiene y el comportamiento que nosotros debemos tener con nuestros hermanos, como seguidores de Jesús.

Estas historias pueden sorprendernos: ¡un pastor que deja noventa y nueve ovejas por ir a buscar a una! ¡un padre que al marcharse su hijo de casa y derrochar su fortuna lo acoge como si nada hubiera pasado! ¡una mujer que es capaz de poner patas arriba su casa para encontrar una simple moneda! Pero es que Dios es así de sorprendente: Se alegra inmensamente, y con Él los ángeles del cielo, por un solo pecador que se convierta, que cambie de vida. Y para eso Dios no se cansará nunca de buscarnos y de esperarnos.

Querido amigo, querida amiga, si estás cerca de Jesús intenta no alejarte y disfruta de su compañía y de su amor. Si te has alejado un poco, recuerda que él ha salido a buscarte y te está esperando, sal a su encuentro, arrepiéntete de tus pecados, intenta cambiar de vida y ponte en camino para seguir a Jesús. En un caso como en el otro, nos encontraremos con la bondad, la misericordia y el amor de Dios que ama a todos y a cada uno de sus hijos incondicionalmente. Déjate inundar por ese amor.

Que en este camino de búsqueda y encuentro, María la Madre Buena te acompañe siempre.

CAMINO – MEDITACIÓN

• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?

• ¿Te acercas con frecuencia a la Palabra de Dios para encontrarte con Jesús? ¿Te acercas a la eucaristía con asiduidad?

• Tu relación con Dios, ¿En qué está basada? ¿En el temor? ¿En la permisividad? ¿En el servilismo? ¿O en el amor incondicional?

• ¿Qué crees que tienen en común las tres parábolas?

• ¿Te ocurre a ti como a los ángeles del cielo, que te alegras cuando ves que tu hermano se convierte?

• Si te has alejado de Jesús, ¿qué vas a hacer para salir a su encuentro?

VIDA – ORACIÓN

Hoy para responder con la oración a la Palabra de Dios, te invito a hacerlo con una canción de Kairoi: Oración del pobre.

Vengo ante Ti, mi Señor,

reconociendo mi culpa.

Con la fe puesta en tu amor,

que Tú me das como a un hijo.

Te abro mi corazón

y te ofrezco mi miseria,

despojado de mis cosas

quiero llenarme de ti.

Que tu Espíritu, Señor,

abrase todo mi ser.

Hazme dócil a tu voz,

transforma mi vida entera,

hazme dócil a tu voz,

transforma mi vida entera.

Puesto en tus manos, Señor,

siento que soy pobre y débil,

mas Tú me quieres así,

yo te bendigo y te alabo.

Padre, en mi debilidad

Tú me das la fortaleza.

Amas al hombre sencillo,

le das tu Paz y Perdón.

Si quieres puedes encontrarla aquí: https://www.youtube.com/watch?v=teZGmdEpTfs

Y tú, ¿quién dices que soy yo? Lectio Divina Domingo XXIV del T. O. (Mc 8,27-35)

VERDAD – LECTURA Pedro y Pablo-4

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos contestaron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¡quién decís que soy yo?”. Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”. Él les prohibió terminantemente decirse lo a nadie. Y empezó a instruirlos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”. Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”.
El evangelio de hoy vuelve a ofrecernos una situación geográfica: las aldeas de Cesarea de Filipo. Dicha ciudad se encuentra situada al lado del monte Hermón; en el límite entre el territorio judío y el territorio pagano. Jesús está bajando hacia Jerusalén, donde tendrá que enfrentarse a su pasión y muerte, y donde el Padre lo resucitará de entre los muertos.

Al comenzar este camino de descenso, Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” La respuesta entra dentro de la lógica humana e identifican a Jesús con Juan el Bautista, Elías o cualquiera de los otros profetas. Por tanto, para la gente, Jesús es una continuación del pasado, no reviste ninguna novedad; es el pasado que se ha hecho presente. La Buena Noticia no es algo novedoso, siguen pensando en remendar la vieja tela con una tela nueva, siguen queriendo verter el vino nuevo en odres viejos. No quieren moverse de la situación en que se encuentran, de una u otra manera la novedad les incomoda.

Será Pedro el que pueda arrojar un poco de luz o expresar algo de novedad en su respuesta. Para la gran mayoría Jesús es uno más de los muchos que han ido apareciendo en la historia de Israel y han hablado en nombre de Dios, para nadie es el Mesías. Pedro, como decíamos, parece vislumbrar algo y rápidamente responde: “Tú eres el Mesías” Pero, que significado tiene estas palabras. Desde luego no el significado que quiere darle Jesús. Es otro más bien diferente. Cuando Jesús anuncia a sus discípulos que debe padecer mucho, que será condenado por los dirigentes de Israel, que será ejecutado y resucitado a los tres días, el desconcierto se apodera de los discípulos y Pedro, haciéndose portavoz de los demás le manifestará la negativa para aceptar todos esos sucesos. ¿Cómo va a ocurrirle eso al Mesías? ¿Este hombre desvaría? El Mesías ha de ser alguien grande y poderoso, que de a Israel el triunfo sobre todas las demás naciones, que la convierta en la más poderosa de la tierra… Eso del sufrimiento, de la condena, de la pasión es imposible que pueda sucederle al Mesías.

Jesús les prohíbe terminantemente que difundan esa idea de mesianismo. Jesús es el Mesías pobre, humilde, manso, obediente a la voluntad del Padre. Ese es el verdadero mesianismo, aunque a sus discípulos le cueste asumirlo.

Entonces Jesús comienza a enseñarles. Una enseñanza novedosa: el anuncio de la Pasión y la Resurrección. Lo que le espera al Hijo del hombre es padecer mucho y ser condenado por las autoridades judías. El título Hijo del hombre, en boca de Jesús, equivale a Mesías, pero no en el sentido que le dan los apóstoles, sino en el sentido de identificación con el ser humano llevado a la perfección, a la madurez, al máximo crecimiento. Jesús se identifica totalmente con la humanidad excepto en el pecado, para elevar al ser humano a su máxima categoría y potencial. Después todos los padecimientos de la pasión y después de la muerte, el Padre lo resucitará. Ese es el verdadero sentido del mesianismo de Jesús.

Pedro y los demás discípulos no entiende el mesianismo en ese sentido; esa es la causa por la que, Jesús reprenderá duramente a Pedro, aunque esa reprensión es extensible a todos, por eso los mirá: “Ponte detrás de mí Satanás, porque no gustas las cosas de Dios sino las de los hombres” (esa es la traducción literal). Esta expresión es la forma de decirle a Pedro que si quiere ser verdadero discípulo de Él debe ponerse detrás. Jesús es quien abre camino, quien dirige y guía por el camino, Jesús es el único Camino para llegar al Padre y a alcanzar y vivir el Reino.

jesus-jovenPero no sólo los discípulos tienen una idea equivocada del mesianismo de Jesús, la gente también. Por eso, tiene que explicarle también a ellos el sentido de su verdadero mesianismo y de su seguimiento. Para ser seguidor de Jesús, la primera condición es negarse a uno mismo. Algo que puede chocar en nuestra sociedad actual, pues podría dar a entender que Jesús nos está incitando a tener una baja autoestima. Nada más lejos de su intención. Negarse a sí mismo significa asumir en la nuestra la vida de Jesús, orientar todas nuestras acciones a los criterios del evangelio. La segunda condición es tomar la cruz de cada uno; es decir, asumir, acoger orientar, e intentar superar las dificultades que puedan presentarse en nuestra vida.

Estas son las dos condiciones del seguimiento. Pero además hemos de tener en cuenta, que todo aquel que viva únicamente para sí, desde el egoísmo, sin pensar en los demás, pisoteando a los otros y queriendo estar por encima de todo y de todos, ese perderá su vida. Quien por el contrario se abra a los demás, viva desde la entrega y el compartir, desde la ayuda y ofrecer la mano, ese ganará la vida.

Una gran enseñanza de cómo debe ser nuestro comportamiento en el día a día de nuestra existencia.

 

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué sentimientos o emociones ha despertado en ti? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?
  • ¿Quién dice la gente que es Jesús? ¿Qué piensan nuestros contemporáneos acerca de Jesús? La gente que hay a tu alrededor, ¿qué dice acerca de Jesús?
  • Para ti, ¿quién es Jesús? Siente como es Él quien te lo pregunta. ¿Qué le respondes?
  • ¿Eres capaz de asumir el significado y las consecuencias del mesianismo de Jesús?
  • Asumir el significado y las consecuencias de acoger a Jesús como Mesías conlleva su seguimiento: ¿Estás dispuesto a seguir a Jesús? ¿A ponerte detrás? ¿A que sea Él el protagonista? ¿A qué marque las etapas y el recorrido de tu propio camino?
  • En tu seguimiento de Jesús, ¿estás dispuesto a negarte a tí mismo en el sentido evangélico del término? ¿estás dispuesto a asumir y acoger tu cruz? ¿estás dispuesto a perder tu vida para verdaderamente ganarla?

VIDA – ORACIÓN

  • Al comenzar el curso sería bastante instructivo y constructivo pensar en el verdadero mesianismo de Jesús.
  • Adorar el misterio de su pasión, muerte y resurrección.
  • Alaba al Padre por el misterio de la Encarnación, porque Jesús se ha hecho exactamente igual a nosotros excepto en el pecado, para llevar al hombre a su plenitud.
  • Da gracias al Espíritu Santo por ayudarte a comprender el verdadero sentido del mesianismo de Jesús.
  • Pide fuerzas para ser verdadero discípulo de Jesús y poderle seguir por el camino, negarte a tí mismo y tomar tu cruz de cada día.