“¿A quién vamos a ir?” Lectio Divina del evangelio del Domingo XXI del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

VERDAD – LECTURA

Jn 6,60-69

Versículos antes, Jesús nos ha hablado acerca de la entrega, de la donación, de dar la vida. Lo cual, para los discípulos y para nosotros mismos, resulta de algún modo demasiado pesado, impensable, difícil de llevar a la práctica. Una cosa es creer, compartir, hacer cosas, pero… entregarse a uno mismo, darse, eso es muy difícil, por no decir, casi imposible.

Sus discípulos esperaban otra cosa del seguimiento de Jesús, nosotros esperamos otra cosa, la sociedad nos demanda otra cosa. Estamos inmersos en la vorágine del triunfalismo, del ganador, del que más vale. Y viene Jesús a decirnos que, no sólo hemos de renunciar a todo esto, sino que además tenemos que estar dispuestos a dar nuestra vida por los demás… “Este modo de hablar es insoportable, ¿quién puede hacerle caso?”

Sus discípulos no se dieron cuenta, nosotros aún no nos damos cuenta, entregar la vida por los demás no es el fin, no es la conclusión, no es la último término. La entrega de Jesús y nuestra propia entrega es expresión del amor, de la Vida, de la Resurrección, no sólo de Jesús, sino de la nuestra. Por eso, Jesús volverá a subir a donde estaba antes y nosotros tendremos vida eterna en él.

Llevar a cabo esta entrega, esta donación es imposible con nuestras propias fuerzas, necesitamos la fuerza del Espíritu, la fuerza del Amor. Es el Espíritu quien da vida. El hombre es débil, frágil, quebradizo. El que es vida comunica la vida y nos ayuda asimilarnos, impregnarnos, incorporarnos vitalmente a Jesucristo.

Al no ser conscientes de todo esto, los discípulos entran en crisis, nosotros entramos en crisis, se nos revuelve todo por dentro y “se nos caen los palos del sombrajo”. Aunque Jesús, ya contaba con esto. Estamos demasiado apegados a nuestra libertad que al fin y la postre no deja de ser un modo de esclavitud. Darse, entregarse, donarse, porque uno quiere, nos otorga la mayor libertad que podamos imaginar, nos libera de todas nuestras ataduras, de todo lo que nos esclaviza, de todo lo que no nos deja ser nosotros mismos. Esta donación es un regalo de Dios, por eso debemos pedir continuamente al Padre que nos conceda poder seguir verdaderamente a Jesús, que nos conceda asimilarnos a Jesús, que nos conceda vivir la vida de Jesús. Muchos abandonan a Jesús porque vivir esta vida es difícil, nos parece imposible, porque nos cuesta horrores salir de nuestra “zona de confort”, de nuestra comodidad, queremos evitar los riesgos, lo desconocido, la novedad.

Jesús entonces se dirige a los más cercanos, a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Será Simón Pedro quien responda en nombre del grupo: ¡No! No queremos marcharnos, a dónde vamos a ir lejos de Jesús, quién nos colmará esa inquietud, esa desazón, ese desasosiego que nos consume por dentro. Jesús es el consagrado del Padre, Jesús es el ungido por el Espíritu, Jesús es la Vida, y la vida eterna. Y sólo unidos a él alcanzaremos esa plenitud de la vida que el Padre nos regala.

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, frase, palabra o versículo han tocado, especialmente, tu corazón? ¿Por qué? ¿Qué crees que quiere decirte Dios Padre en este momento concreto de tu vida?
  • ¿Qué sentimientos se despiertan en ti ante la petición de Jesús de darse a uno mismo, de entregar la vida? También para ti, ¿son escandalosas las palabras de Jesús?
  • ¿Qué te impide dejar que el Espíritu te transforme para asimilarte vitalmente con Jesús?
  • ¿Cuál es tu reacción ante la crisis? Crisis significa cambio, ¿qué es lo que te impide salir de tu “zona de confort”?
  • ¿Eres consciente de que el único que puede colmar tu inquietud, tus ansias de libertad, de emancipación, de trascendencia, de eternidad… es Jesucristo?
  • ¿Qué puedes hacer tú para asimilarte cada vez más vitalmente a Jesús? ¡Ponte manos a la obra!

VIDA – ORACIÓN

  • Te invitamos a mantener un dialogo con Jesús, háblale con tranquilidad, escucha lo que él tiene que decirte.
  • Dile que quieres entregar tu vida, pero que no eres capaz de hacerlo solo, que necesita de él, que necesitas la fuerza del Espíritu.
  • Métete en la escena y escucha como, también a ti, Jesús te dice: “¿También tú quieres marcharte?” Respóndele desde el corazón, desde ese lugar recóndito y profundo al que únicamente el Padre tiene acceso.
  • Déjate modelar por el Espíritu, entrégate sin condiciones.
  • Comprométete a salir de tu “zona de confort”, a soltar lastre, a dejar atrás todo lo que te impide darte a ti mismo, entregarte y donarte por los demás.

“TAMBIÉN NOSOTROS SERVIREMOS AL SEÑOR” LECTIO DIVINA DE LA PRIMERA LECTURA – DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

VERDAD – LECTURA

Josué 24,1-2a.15-17.18b

En aquellos días, 1Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos, jefes, jueces y escribas, y en presencia del Señor

 2 dijo a todo el pueblo: 15 Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir, si a los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del río o a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupáis; yo y mi casa serviremos al Señor».

 16 El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses,

 17 porque el Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la casa de la esclavitud; ha realizado ante nuestros ojos estos grandes prodigios y nos ha protegido durante todo el camino que hemos recorrido y en todos los pueblos por los que hemos pasado. 18También nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios».

El libro de Josué narra la conquista y distribución de la tierra prometida. Una conquista en la que Dios mismo se compromete a estar al lado de su pueblo. Y una distribución en la que todo el pueblo debe participar, pues la tierra representa un don de Dios. En las páginas de este libro se refleja la fe de Israel en un Dios que desea estar cerca de su pueblo y establecer su reinado en medio de él.

La figura central de este libro es Josué, elegido por Dios como sucesor de Moisés, el cual será quien introduzca al pueblo en la tierra prometida. El nombre de Josué significa “el Señor salva”. Los judíos de lengua griega transformaron este nombre en Jesús, “el Salvador”. Aquel que verdaderamente nos salva a nosotros y a toda la humanidad.

En el pasaje con el que hoy oramos, nos encontramos con que el pueblo de Israel ya ha recibido la tierra. Dios se ha mostrado fiel a la promesa y a la alianza establecida con los israelitas.

Josué antes de morir reúne a todas la tribus de Israel en Siquén para despedirse.

Ahora es el mismo Israel quien tiene que tomar la iniciativa y decidir si continúa o no siendo fiel a la alianza con Dios. El pueblo decide ser fiel a la Alianza, pues Dios se ha mostrado cercano y benefactor de su pueblo, Por eso, el pueblo decide permanecer en esa fidelidad y no adorar a los dioses de los amorreos. Por supuesto, que Josué y su casa escogen seguir siendo fieles a la alianza con Yahveh.

Los que en aquel día, que Josué expresa como hoy, se adhirieron a la alianza, no son los mismos que atravesaron el desierto y fueron testigos directos de la acción de Dios en favor de su pueblo; son sus descendientes. Pero gracias a la experiencia de sus padre y a la transmisión, que les han hecho los mismos, de la misericordia y bondad de Dios, ellos pueden hacer la misma experiencia, basta que confíen en Yahveh y continúen fieles a la Alianza. También entre ellos y a favor de ellos Dios realizará grandes prodigios.

También nosotros hoy, si nos mantenemos fieles a la nueva alianza establecida en y por Jesucristo, si confiamos en él, si nos unimos a él para intentar vivir en medio de nuestra sociedad las actitudes vitales de Jesús, podremos experimentar la misericordia y el amor del Padre y transmitir esa misericordia y ese amor a todos los que nos rodean. En nuestras manos está, sabiendo que ¿a quién sino iríamos? Sólo las palabras de Jesús dan vida eterna. Y nosotros creemos y sabemos que él es el Santo de Dios.

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado la atención, te ha tocado el corazón? ¿Qué sentimientos despierta en ti? ¿Qué querrá decirte Dios, aquí y ahora, en este momento con ello?
  • Dios ha realizado grandes prodigios en tu vida, te invitamos a hacer un repaso por todos esos acontecimientos en los que has sentido que Dios ha estado presente. ¿Cuándo se produjeron? ¿En qué circunstancias? ¿Cómo percibiste esa presencia de Dios? ¿Qué sentiste en aquellos momentos? ¿Cómo se transformó tu vida?
  • Al igual que el pueblo de Israel, tu tienes que afirmar también tu adhesión a Dios y estar firmemente convencido de la Alianza que Él establece contigo, con su Iglesia, con la humanidad. ¿Estás dispuesto a ello?
  • Eres consciente de que únicamente la Palabra de Jesús es Palabra de Vida. ¿Dedicas tiempo para escuchar y asimilar su Palabra de tal manera que te ayude a ir transformándote en mejor persona, en mejor cristiano?
  • Ser fiel a la Alianza con Dios y dejarnos transformar por la persona de Jesús implica el que tengamos que salir de nuestra “zona de confort”. ¿Cómo vives esto?
  • Nosotros como cristianos estamos llamados a anunciar a otros los grandes prodigios que Dios ha realizado en nuestro favor a lo largo de la vida, ¿de qué manera lo llevas a cabo?

VIDA – ORACIÓN

Salmo 105

1Dad gracias al Señor, invocad su nombre, publicad entre los pueblos sus proezas;

2cantad, entonad himnos en su honor, decid a las gentes sus milagros;

3estad orgullosos de su santo nombre, alegraos los que buscáis al Señor.

4Recurrid al Señor y a su poder, buscad siempre su rostro.

5Recordad los milagros que hizo, sus prodigios y las leyes que salieron de su boca,

6raza de Abrahán, su siervo, hijos de Jacob, su elegido.

7El Señor es nuestro Dios, sus leyes rigen en el mundo entero.

8Él se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones;

9 del pacto que firmó con Abrahán, del juramento que hizo a Isaac,

10y que erigió en ley para Jacob, y en pacto eterno para Israel

11cuando dijo: “Te daré la tierra de Canaán como la parte de tu herencia”.

12Mientras ellos eran muy pocos, un puñado tan sólo de emigrantes,

13mientras iban y venían de nación en nación, de un reino a un pueblo diferente,

14no permitió a nadie que los oprimiera, y por ellos castigó a los reyes:

15”Guardaos de tocar a mis ungidos, no hagáis mal alguno a mis profetas».

El poder del infierno no la derrotará. Lectio Divina del Domingo XXI del Tiempo Ordinario – Ciclo A

VERDAD – LECTURA

Evangelio: Mt 16,13-21

El evangelio de esta semana, nos centra en Cesarea de Filipo, ciudad de la Transjordania, situada a los pies del monte Hermón, sobre el mar de Galeliea. Allí estaban Jesús y sus discípulos.

Jesús les pregunta: «¿Quién dice la gente que es el Hijo de hombre?». Para el Antiguo Testamento, ser “hijo del hombre”, era ser hijo de Adán. En Dan 7,13, será quien derribe las fuerzas del mal. Y el que es capaz de vencer las fuerzas del mal, es Cristo. Por eso, para el Nuevo Testamento, será Jesucristo “el Hijo del hombre”.

Los judíos veían “algo” en Jesús que lo hacía distinto de los demás, por eso, cuando hablaban de Jesús, pensaban que sería Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas. La gente dudaba, no tenía claro quién era. Pero a Jesús, no le importaba lo que los demás dijeran. Quería saber qué decían “los suyos”, los discípulos. Y les pregunta: «¿Quién decís que soy yo?».

Simón Pedro le dice: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Con esta respuesta, Simón, afirma que Jesús, además de ser hombre, es Dios.

Jesús le responde: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». La fe no es producto de la imaginación humana, sino un don de Dios.

Y añade Jesús: «Tú eres Pedro. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». La fe edifica la Iglesia. Dios la fundamenta «y el poder del infierno no la derrotará». Pedro es el vicario de Cristo. Y en él, este poder, se hace extenso para todos los que vienen detrás de él.

Los discípulos ahora saben, por la fe, que Jesús es el Mesías. Pero Jesús les manda que no se lo digan a nadie, porque la fe es un don, pero es experiencia. Es el contacto con Jesús, la relación que tenemos con Él, la que nos hace reconocerlo; y eso es algo personal, único. Cada uno, hemos de vivir esa experiencia. 

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha tocado el corazón?
  • ¿Qué dice la gente sobre Jesús?
  • ¿Qué dicen de Jesús aquellos que tenemos más cercanos?
  • ¿Te has preguntado alguna vez quién es Jesús para ti?
  • ¿Crees que la Iglesia tendrá final?
  • ¿Has pensado alguna vez que todo esto de la fe, de la Iglesia, de Pedro, es una invención humana?
  • ¿Cómo vives el vicariato de Pedro?
  • ¿Crees que Pedro y sus seguidores tienen el poder de atar y desatar?
  • ¿Cómo vives el sacramento de la reconciliación?

VIDA – ORACIÓN

Gracias, Señor, por el don de la fe. Gracias porque siendo hombre, como nosotros, eres Dios. Y gracias, porque siendo Dios, te preocupas del hombre.

Perdóname porque muchas veces me paro a criticar a la Iglesia sin fundamento, sin conocerla, porque sólo voy a misa los domingos y me creo que, con eso, ya soy el mejor de los católicos.

Ayúdame, Señor, a saborear tu amor en cada Eucaristía, a gustar de Ti, que te haces presente en cada sacramento. Quiero conocerte, pasar un rato a tu lado cada día, mirarte y hablarte, como se le habla a un amigo.

Creo, Señor, pero aumenta mi fe. Así sea. 

«¿Quién es el Hijo del hombre» Lectio Divina Domingo XXI del T. O. (Mt 16,13-20)

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VERDAD – LECTURA

13 Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» 14 Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» 15 Él les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» 16 Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» 17 Jesús le respondió: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo, a mi vez, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 19 Te daré las llaves del Reino de Dios; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» 20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo.

  

Jesús va de camino con sus discípulo; a un cierto momento, llegan a Cesarea de Filipo, una ciudad pagana del norte, a unos 40 kms del Mar de Galilea, situada a los pies del monte Hermon, lugar del nacimiento del rio Jordán.

Allí, Jesús pregunta a sus discípulos sobre el parecer que sus contemporáneos tienen acerca de él: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? El Hijo del hombre era aquel personaje o figura mesiánica que debía de venir al final de los tiempos para restaurar la armonía de Israel, según la profecía del libro de Daniel (Dan 7,11-14).

Sin embargo, podemos deducir a partir de las respuestas que los discípulos dan a Jesús, que este no era reconocido como el Hijo del hombre, es decir como Mesías, por parte del pueblo judío.

Hemos de tener en cuenta que en esta primera pregunta, Jesús no interroga a sus discípulos acerca de él mismo, aunque él sienta, sepa y reconozca que es el Mesías, enviado por el Padre. La pregunta es algo más genérica: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ¿Con quién identifica la gente al Hijo del hombre? ¿Quién piensa la gente que es el Hijo del hombre? En aquella época los contemporáneos de Jesús, identificaban al Hijo del hombre, no con su persona, sino con Juan el Bautista (recordemos “profeta apocalíptico”), con Elías (el cual se creía que regresaría al final de los tiempos), Jeremías (profeta sufriente que se mantuvo fiel a la misión que Yahveh le había encomendado), o algún otro profeta (enviado de Dios que “habla” en su nombre). Es decir, como hemos dicho más arriba, nadie identificaba al Hijo del hombre con Jesús, para ellos Jesús no era el Mesías y, mucho menos, el Hijo de Dios.

Por supuesto, para Mateo, para su comunidad y para los primeros cristianos, esto no era así: Jesús es el Mesías, Jesús es el Hijo de Dios, Jesús es el Salvador del mundo, Jesús es el Hijo del hombre. Pero no nos adelantemos.

A reglón seguido, vemos que el sujeto de la segunda pregunta, que Jesús lanza a los rocks-2483103_640discípulos, aparentemente cambia: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Jesús es plenamente consciente de quien es; pero, quién es para sus discípulos, para aquellos que le siguen y le acompañan, para aquellos que ha estado enseñando y se ha ido revelando poco a poco. Será Simón Pedro, en un auténtico acto de fe, quien confiese: Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo. Tú eres el Mesías, tú eres el ungido por Dios, tú eres el esperado de los tiempos, tú eres el que tenía que venir, tú eres el Salvador del mundo, tú eres quien vas a restaurar la armonía a Israel y a toda la tierra, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Hijo del hombre. En su respuesta, Pedro identifica totalmente a Jesús con el Hijo del hombre.

Esa respuesta han nacido de la fe, por eso Pedro es dichoso. Porque la fe no nace de la flaqueza, de la fragilidad, de la debilidad humana, de la carne o de la sangre; la fe nace de las entrañas de Dios mismo, es un regalo, un don que él concede, dona, otorga. La fe nace en el seno de la Iglesia, cuando recibimos el bautismo, y es dentro de la comunidad eclesial donde crece y se desarrolla.

La fe de Pedro será el cimiento, la roca, la piedra sobre la que se asentará y se apoyará la Iglesia. Ella fundamentada en la fe no podrá ser nunca vencida por las fuerzas del mal, por el poder del pecado, por el poder de la muerte.

A la Iglesia, asentada sobre la fe de Pedro, se le da el poder de atar y desatar, de permitir o no permitir. Un poder que no se establece según el pensamiento humano, según las normas o tradiciones humanas, sino de acuerdo con lo que Jesús ha enseñado.

El pueblo, los contemporáneos de Jesús no estaban preparados, todavía, para recibir la Buena Noticia en plenitud, ni los discípulos para anunciarla, por eso manda a sus discípulos guardar silencio. Será a partir de la Resurrección, cuando puedan anunciar a los cuatro vientos que Jesús es el Mesías, que Jesús está vivo, que Jesús habita entre nosotros, que nos ha liberado de las ataduras del mal y de la muerte, y que únicamente debemos seguirlo, dejándonos transformar por el Espíritu Santo, para ser verdaderos discípulos suyos.

 

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios, aquí y ahora, en este momento, con ello?
  • Sería interesante preguntar a nuestros amigos y conocidos acerca de lo que piensan de la figura de Jesús, ¿qué crees que responderían?
  • Y tú, ¿quién es Jesús para ti? Intenta responder no desde el intelecto, desde lo ya sabido, desde lo que te han contado o dicho, intenta responder desde lo más profundo de tu ser, desde tu experiencia de Jesús.
  • ¿Quién eres tú para Jesús? En un momento de silencio contemplativo, deja resonar esta pregunta en ti, e intenta escuchar lo que Jesús tiene que decirte.
  • Nosotros al igual que Pedro, desde la fe, podemos ser piedra para los demás, ¿Qué tipo de piedra eres? ¿Piedra que sustenta, sostiene, que fortalece o piedra arrojadiza?
  • La Iglesia, sin duda alguna, es quien tiene el poder de atar y desatar, pero cada uno de nosotros, en nuestro pequeño mundo, podemos excluir o incluir a los demás en nuestras vidas, ¿a quién incluyes y a quién excluyes de tu vida? Óralo.
  • Jesús te envía para ser anunciador de su Palabra, ¿Cómo acoges esta misión en tu vida? ¿Cómo anuncias la Palabra de Dios en tu vida cotidiana?

 

VIDA – ORACIÓN

Salmo 30

A ti, Señor, me acojo:

no quede yo nunca defraudado;

tú, que eres justo, ponme a salvo,

inclina tu oído hacia mí;

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ven aprisa a librarme,

sé la roca de mi refugio,

un baluarte donde me salve,

tú que eres mi roca y mi baluarte;

 

por tu nombre dirígeme y guíame:

sácame de la red que me han tendido,

porque tú eres mi amparo.

 

En tus manos encomiendo mi espíritu:

tú, el Dios leal, me librarás.

Lectio Divina Domingo XXI del Tiempo Ordinario (Jn 6,60-69)

Divino%20MaestroVERDAD – LECTURA

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”. Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen”. Pues Jesús sabía desde el principio quienes no creían y quien lo iba a entregar. Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.

Versículos antes, Jesús nos ha hablado acerca de la entrega, de la donación, de dar la vida. Lo cual, para los discípulos y para nosotros mismos, resulta de algún modo demasiado pesado, impensable, difícil de llevar a la práctica. Una cosa es creer, compartir, hacer cosas, pero… entregarse a uno mismo, darse, eso es muy difícil, por no decir, casi imposible. Sus discípulos esperaban otra cosa del seguimiento de Jesús, nosotros esperamos otra cosa, la sociedad nos demanda otra cosa. Estamos inmersos en la vorágine del triunfalismo, del ganador, del que más vale. Y viene Jesús a decirnos que no sólo hemos de renunciar a todo esto, sino que además tenemos que estar dispuestos a dar nuestra vida por los demás… “Este modo de hablar es insoportable, ¿quién puede hacerle caso?”

Sus discípulos no se dieron cuenta, nosotros aún no nos damos cuenta, entregar la vida por los demás no es el fin, no es la conclusión, no es la último término. La entrega de Jesús y nuestra propia entrega es expresión del amor, de la Vida, de la Resurrección, no sólo de Jesús, sino de la nuestra. Por eso, Jesús volverá a subir a donde estaba antes y nosotros tendremos vida eterna en él.

Llevar a cabo esta entrega, esta donación es imposible con nuestras propias fuerzas, necesitamos la fuerza del Espíritu, la fuerza del Amor. Es el Espíritu quien da vida. El hombre es débil, frágil, quebradizo. El que es vida comunica la vida y nos ayuda asimilarnos, impregnarnos, incorporarnos vitalmente a Jesucristo.

Al no ser conscientes de todo esto, los discípulos entran en crisis, nosotros entramos en crisis, se nos revuelve todo por dentro y “se nos caen los palos del sombrajo”. Aunque Jesús, ya contaba con esto. Estamos demasiado apegados a nuestra libertad que al fin y la postre no deja de ser un modo de esclavitud. Darse, entregarse, donarse, porque uno quiere, nos otorga la mayor libertad que podamos imaginar, nos libera de todas nuestras ataduras, de todo lo que nos esclaviza, de todo lo que no nos deja ser nosotros mismos. Esta donación es un regalo de Dios, por eso debemos pedir continuamente al Padre que nos conceda poder seguir verdaderamente a Jesús, que nos conceda asimilarnos a Jesús, que nos conceda vivir la vida de Jesús. Muchos abandonan a Jesús porque vivir esta vida es difícil, nos parece imposible, porque nos cuesta horrores salir de nuestra “zona de confort”, de nuestra comodidad, queremos evitar los riesgos, lo desconocido, la novedad.

Jesús entonces se dirige a los más cercanos, a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Será Simón Pedro quien responda en nombre del grupo: ¡No! No queremos marcharnos, a dónde vamos a ir lejos de Jesús, quién nos colmará esa inquietud, esa desazón, ese desasosiego que nos consume por dentro. Jesús es el consagrado del Padre, Jesús es el ungido por el Espíritu, Jesús es la Vida, y la vida eterna. Y sólo unidos a él alcanzaremos esa plenitud de la vida que el Padre nos regala.

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, frase, palabra o versículo han tocado, especialmente, tu corazón? ¿Por qué? ¿Qué crees que quiere decirte Dios Padre en este momento concreto de tu vida?
  • ¿Qué sentimientos se despiertan en ti ante la petición de Jesús de darse a uno mismo, de entregar la vida? También para ti, ¿son escandalosas las palabras de Jesús?
  • ¿Qué te impide dejar que el Espíritu te transforme para asimilarte vitalmente con Jesús?
  • ¿Cuál es tu reacción ante la crisis? Crisis significa cambio, ¿qué es lo que te impide salir de tu “zona de confort”?
  • ¿Eres consciente de que el único que puede colmar tu inquietud, tus ansias de libertad, de emancipación, de trascendencia, de eternidad, es Jesucristo?
  • ¿Qué puedes hacer tú para asimilarte cada vez más vitalmente a Jesús? ¡Ponte manos a la obra!

VIDA – ORACIÓN

  • Te invito a mantener un dialogo con Jesús, háblale con tranquilidad, escucha lo que él tiene que decirte.
  • Dile que quieres entregar tu vida, pero que no eres capaz de hacerlo solo, que necesita de él, que necesitas la fuerza del Espíritu.
  • Métete en la escena y escucha como, también a ti, Jesús te dice: “¿También tú quieres marcharte?” Respóndele desde el corazón, desde ese lugar recóndito y profundo al que únicamente el Padre tiene acceso.
  • Déjate modelar por el Espíritu, entrégate sin condiciones.
  • Comprométete a salir de tu “zona de confort”, a soltar lastre, a dejar atrás todo lo que te impide darte a ti mismo, entregarte y donarte por los demás.

 

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