VERDAD – LECTURA
Evangelio Lc 20,27-38
Nos encontramos en la sección en la que el autor del evangelio de Lucas nos va narrando la predicación de Jesús en Jerusalén, que abarca desde el final del capítulo 19 hasta el capítulo 21. Justo en el capítulo 20, con el que hoy oramos, se recogen diversos enfrentamientos de Jesús: sumos sacerdotes, maestros de la ley, ancianos, saduceos…
El tema central del evangelio de este domingo es el tema de la resurrección, a partir de una pregunta que realizan los saduceos a Jesús.
El texto podemos dividirlo en tres partes: a) pregunta de los saduceos (versículos 27-33); b) respuesta de Jesús a los mismos (versículos 34-38); c) versículos finales (vv. 39-40) en los que intervienen unos maestros de la ley, probablemente fariseos, dando la razón a Jesús; que no aparece en el texto litúrgico.
Los protagonistas de la primera parte son los saduceos, que aparecen por primera vez en este evangelio. Los integrantes de este grupo son descendientes del sumo sacerdote Sadoq y pertenecen a la clase alta de la sociedad judía y eran colaboracionistas con el poder romano. Negaban la inmortalidad del alma y la resurrección, además de la existencia de los espíritus o los ángeles, tal como apunta el texto.
Éstos se dirigen a Jesús como maestro, aunque este apelativo esconde una cierta maldad. Le dirigen una pregunta que tenía que ver con la llamada ley del levirato, que se recoge en algunos de los libros del Antiguo Testamento, y que determinaba que cuando un varón moría sin descendencia, uno de sus hermanos debía casarse con la viuda para proporcionar sucesión a su pariente y perpetuar su estirpe. La cuestión es un poco paradójica y exagerada, pues se van sucediendo hasta siete hermanos, que se casan con la misma mujer, y lo que le interesa a los saduceos es únicamente quien de los distintos maridos se quedará con ella, imaginando que la vida futura es exactamente igual que la actual.
La respuesta de Jesús, leyendo los corazones de ellos, no es directa, sino que hace como una especie de comparación entre esta vida presente y la vida futura, afirmando que una y otra no tienen semejanza alguna, pues sólo en esta vida los hombres y mujeres se casan. Los que lleguen a disfrutar de la vida eterna no contraen matrimonio. Y además asemeja esa vida con la vida de los ángeles y que están cercanos a Dios.
Para fundamentar todo este pensamiento, Jesús se basa en la Escritura, citando un texto de la Torá, concretamente del libro del Éxodo. Afirmando además, que Dios es un Dios de vivos y no de muertos.
El texto del evangelio, aunque no el de la liturgia de hoy, continúa con la respuesta admirada de algunos maestros de la ley. Los cuales no coincidían con las ideas de los saduceos con respecto a la resurrección. Y ya no se atrevieron a seguir preguntando.
CAMINO – MEDITACIÓN
• ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado más la atención, te ha gustado más, te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?
• ¿Cómo resuena en ti la frase. “No es Dios de muertos, sino de vivos”?
• ¿Crees verdaderamente en la resurrección de los muertos? ¿Estás convencido de ello o tu creencia en la misma está influenciada por otras creencias no cristianas, como puede ser la reencarnación?
• Jesús vino para ofrecer y regalar la salvación a toda la humanidad y por tanto otórganos la felicidad plena, ¿crees que esta felicidad plena la alcanzaremos en la vida eterna, aunque el Reino hemos de irlo construyendo ya aquí en esta vida?
VIDA – ORACIÓN
Salmo 42
2Como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; 3mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿cuándo podré ir a ver el rostro del Señor?
4Mis lágrimas son mi pan de día y de noche, y a lo largo del día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?».
5Quiero recordar aquello y desahogar mi alma; cuando entraba en la casa de Dios como en cortejo noble, al son de gritos de alegría y dando gracias entre la multitud en fiesta.
6¿Por qué te afliges, alma mía, por qué te quejas? Espera en Dios, que aún he de alabarlo, salud de mi rostro, Dios mío.
7Mi alma en mi interior se aflige, por eso te recuerdo desde la región del Jordán, desde el Hermón y el monte de Misar.
8Un abismo llama a otro abismo al fragor de tus cascadas; todas tus olas y tus crestas pasaron sobre mí.
9Señor, ejerce de día tu misericordia, y de noche te cantaré un cantar, una oración al Dios de mi vida.
10Quiero decir a Dios, mi roca: «¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué he de andar triste, bajo la opresión de mi enemigo?».