VERDAD – LECTURA
Evangelio: Jn 6,24-35
La liturgia de la Palabra del ciclo B suspende, momentáneamente, la lectura del evangelio de Marcos y nos ofrece algunos fragmentos del capítulo 6 del evangelio de Juan. Hoy, concretamente oramos con la continuación del episodio de la multiplicación de los panes y los peces.
Encontramos a Jesús en Cafarnaúm, después de que en la otra orilla haya realizado el signo de la multiplicación de los panes y los peces, como decíamos antes. Oramos con el comienzo del pasaje conocido como “el discurso del pan de vida” (Jn 6,26-59). Aunque más que un discurso es un diálogo entre la gente y Jesús. El tema central del mismo es el pan, a juzgar por las veces que se repite esta palabra en el texto (seis veces). Mediante este diálogo, Jesús quiere explicar el verdadero significado de la multiplicación de los panes a la luz del Éxodo, cuestionado por la gente que se acerca a él, pero visto desde la perspectiva del misterio de la Eucaristía.
La gente va a Cafarnaún a buscar a Jesús. Acaban de ver y experimentar uno de los signos realizados por el Maestro: la multiplicación de los panes. Buscan a Jesús, no por el signo en sí, sino porque les ha alimentado. El signo es una señal, una representación, de que el Reino de Dios está entre nosotros. Los contemporáneos de Jesús, en lugar de darse cuenta y apreciar el signo, lo que aprecian es que Jesús les ha dado de comer.
Y así, lo mismo que a sus contemporáneos, es posible que a nosotros nos surja la misma pregunta: “¿Qué tenemos que hacer para trabajar como Dios quiere?”, ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo en nuestra vida la obra de Dios? ¿Qué significado tiene el deseo de que se cumpla la voluntad de Dios? La respuesta la da el mismo Jesús: “Creer en el que Él ha enviado”, creer en Jesús. Pero, ¿qué significa eso de creer en Jesús? Creer en Jesús, no es únicamente una cuestión intelectual o mental; no es estar convencido de una creencia, de un hecho, de una opinión, de una idea o de una doctrina. Creer en Jesús significa adherirse al plan de Dios, significa incorporarse al proyecto vital de Jesús, significa intentar hacer visible el Reino de Dios en nuestra vida cotidiana, significa hacer realidad el mandamiento del amor: “amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12).
Porque creer en Jesús va más allá de lo meramente intelectual. Por eso, nos resulta tan difícil creer en él. Si sólo fuera aceptar una doctrina o una idea, podría llegar a ser fácil. Aun así, posiblemente nos surge la misma pregunta que a aquellos judíos que se encontraron con Jesús en Cafarnaúm: ¿por qué tenemos que creer en ti? ¿Por qué tenemos que fiarnos de ti? ¿Demuéstranos de alguna manera que podemos fiarnos de ti? ¿Qué haces tú para que creamos? Para ellos, la multiplicación de los panes ha sido simplemente un milagrito, un hecho extraordinario, sí; o si me apuráis un hecho incomprensible. Pero, otros también realizan ese tipo de actos. En la historia de Israel, el mismo Moisés realizo una obra similar; según ellos, alimentó al pueblo con el maná, con el llamado pan del cielo (Sab 16,20), es decir con el pan de Dios. Para que crean en Jesús, éste ha de realizar un hecho todavía más grandioso que el de Moisés.
Sin embargo, en realidad, no fue Moisés quien alimentó al pueblo de Israel. Fue Dios quien alimentó en aquel entonces al Pueblo de Israel, no fue Moisés quien elaboró el maná, fue Yahveh quien lo hizo realidad. El verdadero alimento nos lo da Dios. Aunque aquel alimento, el maná, no era capaz de proporcionar la vida eterna. El único capaz de regalarnos, proporcionarnos, facilitarnos la vida eterna es Jesús. El único que ha vencido al pecado y a la muerte con su pasión, muerte y resurrección es Jesucristo. El único que nos da vida es Jesús. Y una vida que dura y perdura para siempre.
La muchedumbre quiere de ese pan, y así se lo pide a Jesús: “Danos siempre de ese pan”. Nosotros también queremos alimentarnos de ese pan. Ese pan que da sentido a nuestra existencia. Ese pan que nos fortalece en nuestras dificultades. Ese pan que nos levanta cuando hemos caído. Ese pan que da la vida eterna. El pan de la Palabra y de la Eucaristía que es Jesús mismo. “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.
CAMINO – MEDITACIÓN
- ¿Qué versículo, frase, palabra ha llamado especialmente tu atención? ¿Qué sentimientos despierta en ti? ¿Qué querrá decirte Dios con ello en este momento concreto de tu vida?
- ¿Qué significa para ti creer en Jesús? ¿Cambia en algo tu modo de percibir y vivir la fe después de leer y meditar este pasaje? ¿Qué lugar ocupa en tu vida cotidiana tu fe en Jesús?
- ¿Qué buscas en tu vida diaria, el milagro fácil, los hechos portentosos y extraordinarios o el signo de que el Reino de Dios está presente en medio de los acontecimientos cotidianos?
- ¿Es la lectura de la Palabra de Dios y la celebración de la Eucaristía tu pan cotidiano?
- Hazte a ti mismo la misma pregunta que le hacen sus contemporáneos a Jesús: ¿Qué has que hacer para realizar la obra de Dios? ¿Qué has de cambiar en tu vida o qué tienes que fortalecer para actuar como Dios quiere?
- ¿Qué has de hacer para que le pan de la Palabra y de la Eucaristía llegue a otros?
ORACIÓN – VIDA
- Hoy te invito a recordar (pasar por el corazón) tu experiencia de cómo Jesús, Pan de Vida, sacia tu hambre y tu sed de eternidad, de infinitud, de Dios.
- Alaba a Dios desde esa experiencia que te regala, en tantos y tantos momentos de tu vida cotidiana.
- Da gracias a Jesús por ser el alimento que te da la vida eterna.
- Pide al Espíritu Santo que te fortalezca para ser signo del Reino de Dios entre las personas que te rodean y te ayude a acercar el pan de la Palabra y de la Eucaristía a los demás.