«Amarás a tu prójimo…» Lectio divina del Domingo XXX del Tiempo Ordinario (Mt 22,34-40)

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VERDAD – LECTURA

En aquel tiempo cuando los fariseos oyeron que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se reunieron, y uno de ellos, doctor en la ley, le preguntó para tentarlo: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el principal y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se resume toda la ley y los profetas».

 

Volvemos a encontrarnos con un nuevo debate entre Jesús y los fariseos. Después de la polémica tenida con los saduceos a causa de la resurrección de los muertos. Los fariseos, de nuevo, se reúnen para deliberar y deciden ponerle una trampa a Jesús. En esta ocasión, por medio de uno de ellos, experto en la Ley, el cual le interpela acerca de cuál es el primer mandamiento de la Ley; un tema frecuentemente discutido entre los entendido en ella, los cuales intentaban averiguar si existía algún mandamiento que englobase a los demás, es decir, que observándolo se observara toda la Ley. Respuesta harto complicada, si tenemos en cuenta que, los escribas habían contabilizado 613 normas que debían cumplirse para ser un buen judío: 248 normas positivas, es decir, qué cosas se debían hacer, y 365 negativas, cosas que no se podían hacer. Ante tanta regla, era comprensible que se preocuparán por determinar cuáles tenían más importancia y cuáles menos.

Jesús ante dicha pregunta responde claramente con una cita totalmente conocida por cualquier judío piadoso, se trata del Shemá, que se recitaba por la mañana y por la tarde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Dt 6,5).

Pero, ¿qué significa amar a Dios? No es un simple sentimiento, no es una simple emoción, no es un simple quedar extasiado o embobado con Dios. Es un acto, es acción, es movimiento… Las tres facultades del hombre, «corazón, alma y mente», es decir su capacidad afectiva, su capacidad de relación con Dios y su capacidad intelectual deben ponerse en juego. En otras palabras, la persona entera es la que debe amar a Dios. Amar a Dios, significa dedicar toda nuestra vida a Él. Toda la Ley puede resumirse en este mandamiento.

Ahora bien, aunque no ha sido preguntado, Jesús da un paso más y les dice: «Y el jesus-1429689_640segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo». También aquí encontramos una cita de la Ley, concretamente Lev 19,18. Cita contenida dentro de una serie de preceptos que regula la relación con los demás. Pero, ¿quién es, en realidad, mi prójimo? Para los judíos, mi prójimo es únicamente el israelita. Aunque en otros ambientes, como el del judaísmo de origen griego, se da a este término un sentido más universal, será Jesús de Nazaret quien verdaderamente defenderá y fundamentará el ser cristiano en esto; ama a tu prójimo como te amas a ti mismo. Primero has de amarte a ti, y después derramar ese amor hacia tu prójimo. Hemos de lograr compaginar armoniosamente nuestros propios derechos con los derechos de los demás, aunque ese otro no nos caiga bien, o nos esté fastidiando. Esto sería yendo a la letra del mandamiento, si vamos al espíritu nos damos cuenta que amar al prójimo para el discípulo de Jesús significa incluso renunciar a mis derechos en favor del otro, aunque este sea mi «enemigo»; aunque el cristiano debería desechar esta palabra de su vocabularios, pues para nosotros todos los hombres son nuestros hermanos, también el que me hostiga, me mira mal o incluso me hace daño.

Nadie ha dicho que ser cristiano fuera fácil, lo más fácil es cumplir una serie de normas que regulen nuestra convivencia en la que se respeten los derechos de unos y de otros. Pero ser cristiano es algo más, es llegar a renunciar a la propia vida, incluso a favor de quien me incomoda o me hace daño. Eso solo sabe hacerlo, plenamente, un discípulo de Jesús de Nazaret. Aunque en este punto, la mayoría de las veces, también nosotros fallemos.

La combinación de estos dos mandamientos no se encuentra en ninguna otra fuente de la antigüedad que no sea el Nuevo Testamento, por eso podemos concluir que esta enseñanza propia de Jesús de Nazaret, de Jesucristo, de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, por tanto de Dios, que nos ha dejado a los cristianos como legado, para que lo acojamos, lo realicemos y mostremos con ella en qué consiste el Reino de Dios.

 

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios aquí y ahora, en este momento, con ello?
  • Respondo sinceramente, y sabiendo que estoy en la presencia de Dios, ¿cuál es para mí el mandamiento principal de la Ley? ¿Es verdaderamente el amor de Dios y a los hermanos?
  • ¿A quién o quienes, de verdad, considero mi prójimo?
  • ¿Cómo acojo en mi vida el mandamiento del amor? ¿Amo sinceramente a quien incluso me fastidia, me molesta, me hace daño?

 

VIDA – ORACIÓN

Señor, hazme un reflejo de tu bondad. Que en cada prójimo vea a un hermano.

Que su dolor sea el mío. Dame el don para suavizar sus penas y compartir su espíritu.

Que yo pueda infundirle valor y esperanza, llevándole un mensaje de amor y confianza en Ti.

Haz que todas mis tareas las emprenda con decisión, abnegación y perseverancia.

Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

 

«Dar a Dios lo que es de Dios» Lectio Divina del domingo XXIX del Tiempo Ordinario (Mt 22,15-22)

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VERDAD – LECTURA

15Los fariseos se fueron a estudiar la manera de acusar a Jesús por algo que dijera. 16Así que le enviaron algunos de sus propios seguidores, junto con otros que pertenecían al partido de Herodes para que le dijeran: «Maestro, sabemos que eres sincero, que enseñas de verdad el camino de Dios y que no te importa nada el qué dirán, porque no tienes respetos humanos. 17Dinos tu parecer: «¿Es lícito pagar el impuesto al césar o no?». 18Jesús, conociendo su malicia, dijo: 19«Enseñadme la moneda del tributo». Ellos le presentaron un denario. 20Jesús les dijo: «¿De quién es la efigie y esta inscripción?». 21Respondieron: «Del césar». Él les dijo: «Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios». 22Al oírlo se asombraron, lo dejaron y se fueron.

 

Han sido reiterados los enfrentamientos, que Jesús ha tenido con los fariseos en el transcurso del evangelio. A pesar de ello, cada vez tiene más seguidores, que van creyendo en su palabra y, que al menos, le consideran un profeta. Por supuesto, los fariseos y maestros de la ley no creen esto; es más, para ellos resulta ser una persona molesta, pues pone en evidencia la hipocresía con la que actúan muchos de los integrantes de estos grupos. Es necesario deshacerse de él. ¿Pero cómo? ¿De qué acusarlo? Para que sea juzgado y encontrado culpable es necesario tener algún motivo, pillarlo en un delito flagrante. Por eso, deben estudiar bien su plan de acción. Es necesario quitarlo de en medio. En esta ocasión, ponen toda la carne en el asador, se alían incluso con los herodianos, que nos es que fueran, por así decir, «santos de su devoción», ya que estos son los partidarios de Herodes Antipas, el cual era un verdadero colaboracionista con el poder romano.

Los fariseos no van ellos mismos a enfrentarse con Jesús; envían a sus discípulos (¿tanto miedo le tenían a Jesús?). Se acercan al Maestro, así lo reconocen ellos mismos, pero no con buenas intenciones. Su intención es hacerle caer en una trampa mediante una pregunta, no buscan dialogar, sino encontrar un motivo para acusarlo: «¿Es lícito pagar el impuesto al césar o no?»

La pregunta tiene su miga, pues todas las provincias del Imperio están obligadas a pagar el impuesto al emperador. Ahora bien, aceptar esto era reconocer la soberanía extranjera sobre la nación judía. Además incitar a no pagar el impuesto puede acarrearle a Jesús muchos problemas, pues le pueden acusar de sedicioso. Recordemos que, desde la revuelta de Judás el Galileo en el año 6 d.C., negarse a pagar el tributo o inducir a ello es un delito considerado grave. Por tanto, Jesús está entre la espada y la pared.denario__tiberio1

Sin embargo, Jesús no se arredra. Les devuelve la pelota. La respuesta la tienen ellos. Les dice: «Enseñadme la moneda del tributo». Dicha moneda era un denario romano. El hecho de que ellos tuvieran esa moneda en su poder es signo inequívoco de que pagan dicho tributo. ¿A qué viene, entonces, la pregunta si ellos tienen clara la respuesta? Pero, Jesús da un paso más, porque la cuestión no está en pagar o no el tributo. Jesús, jamás se opondrá a que cumplamos con nuestros deberes sociales, aunque a veces tengamos que hacer frente a leyes injustas, pero ese es otro capítulo, que aquí no nos ocupa. Hemos de ir más allá, del simple pagar el tributo o no. Jesús, les pregunta acerca de la esfinge y la leyenda de la moneda. El denario de Tiberio en aquella época, en la parte de la cara tenía representada la imagen del emperador y en el reverso podía leerse la inscripción: Tiberio César Augusto Hijo del Divino Augusto. La respuesta es clara: del césar. Pues si esa moneda lleva la esfinge del césar, lleva su nombre, está acuñada por él… devolvédsela al césar. Además si ya pagan el impuesto correspondiente, ¿a qué viene preguntarle a Jesús?

Lo verdaderamente importante del pasaje viene a continuación: «Dad a Dios lo que es de Dios». Dad a Dios lo que le pertenece. Pero… ¡si nadie ha preguntado a este respecto! Nadie, pero esto es lo verdaderamente importante. Dad a Dios lo que es suyo. Y a Dios pertenece todo el orbe y sus habitantes (Sal 24). La obediencia a Dios está por encima de cualquier otra ley. Hemos de ser fieles a la Alianza, hemos de hacer su voluntad, hemos de amarle con todo nuestro ser y hemos de acoger a su enviado Jesucristo.

 

CAMINO – MEDITACIÓN

  • ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha tocado el corazón? ¿Qué quiere decirte Dios, aquí y ahora, en este momento con ello?
  • Los mismos fariseos y herodianos reconocen a Jesús como maestro, ¿Y yo le considero como el único Maestro de mi vida?
  • ¿Qué significa para mí hacer la voluntad de Dios? ¿Qué «deberes» conlleva? ¿Amo a Dios con todo mi ser y acojo a Jesús en mi persona y en mi vida?

 

VIDA – ORACIÓN

Oramos con el Beato Santiago Alberione:

Te amo, Jesús, mi vida,

mi alegría y fuente de todo bien.

Quiero amarte cada día más,

a ti y a los hombres redimidos con tu sangre.

 

Tú eres la vid y yo el sarmiento:

quiero estar siempre unido a ti

para dar fruto abundante.

 

Tú eres la fuente:

dame gracia cada vez más abundante

para mi santificación.

 

Tú eres la cabeza; yo uno de tus miembros:

comunícame tu Espíritu Santo

con todos sus dones.

 

Venga a nosotros tu reino por María.

Conforta y salva a mis hermanos los hombres.

Acoge en tu reino a los difuntos.

Multiplica y santifica

a los que has llamado a difundir la Buena Noticia.